De la Frágil Naturaleza de lo Humano
Arquímedes Ruiz Columbié

                                                        "...cada uno sufre porque piensa.  En el fondo, el espíritu
                                                        del hombre no piensa más que en lo eterno, y la conciencia
                                                        de la vida no puede ser más que angustia".               
                                                                         André Malraux, La Condición Humana (1933)


En las primeras semanas de este año releí "La Condición Humana". Quería comprobar si esa novela, considerada por muchos como una de las más importantes de la centuria pasada, había sido erosionada por el tiempo.  Basaba mis sospechas en el hecho de que en ella los héroes que protagonizan la acción narrativa son en realidad terroristas que emplean la violencia para lograr sus fines, sin reparar en consecuencias posteriores, una forma de ver el mundo hoy condenada por todos, o mejor por casi todos.  La nueva lectura corroboró mis sospechas, el tema resulta para nuestros días condenable porque podría crear en los lectores menos maduros dudas sobre la valoración de los terroristas actuales, algo de lo cual no podemos darnos lujo.  Sin embargo, esa interpretación totalmente politizada tiende a ocultar los valores estéticos que hicieron de esa novela una obra clásica. Magistral y minimalista en la concepción de los personajes, la novela muestra el destino trágico del ser humano cuando se enfrenta a cualquier institución investida de poder.  De claros visos pro-trotskistas (1), Malraux deja muy mal parados a los comunistas de Moscú, a los capitalistas franceses, a los nacionalistas chinos, y aún a los propios comunistas chinos, ninguno de los cuales siente verdadera estimación por la vida humana, y sí por los intereses de las instituciones que representan.  El dolor es sólo representado en los pocos personajes, como May, que se mueven en la microescala de aquellos que son finalmente sacrificados.  Hay incluso frases que leídas hoy rezuman una tristeza enorme, sobre todo para aquellos que hemos vivido las falacias de procesos llamados revolucionarios y que casi siempre terminan en la restauración de un sistema muy semejante a aquellos contra los que se rebelaron.   En el último capítulo Malraux, a través del personaje de May, afirma:

           "Sí: sin duda, los hombres sólo valían por lo que habían transformado..." 

Semejante aseveración encierra la idea terrible de que la vida humana no tiene valor por si misma, y demuestra los fraudes que casi todas las revoluciones han cometido: la total devaluación de la persona si ésta no se inmola por la gesta revolucionaria.  Me atrevería a decir que tal idea niega absolutamente la mayor conquista del pensamiento occidental: el humanismo liberal.  A esta idea volveré en breve, ahora sigamos un poco más con la novela.  En la misma secuencia literaria May encuentra un recorte de periódico donde se lee:

            "El trabajo debe ser el arma principal de la lucha de clases. El plan de industrialización
                 más importante del mundo está actualmente en estudio:

             se trata de transformar en cinco años toda la U.R.S.S.; de hacer de ella una
             de las primeras potencias industriales de Europa, luego alcanzar y dejar
             atrás a América. Esta empresa gigantesca..."

Hoy sabemos del resultado final de aquellos experimentos y sus pretensiones que concebían al hombre como un mero elemento de una enorme maquinaria: el campo socialista desapareció, y las sociedades actuales que aún defienden aquellas ideas lo hacen a través de un "socialismo corporativo", con los riesgos que eso representa por sus  semejanzas al nacional-socialismo que llevó a Alemania al desastre.  Las lecciones de la historia son fácilmente olvidadas.

Las primeras inquietudes occidentales sobre el hombre como ser imbuído en un ambiente social fueron adelantadas en la Antigua Grecia por la Sofística, una escuela pre-socrática que con intenciones más políticas que teóricas elaboraró el concepto de cultura (paidea), y en la cual se desarrollaron las técnicas de la persuación con independencia del tema en debate.  A Protágoras de Abdera (~ 490 – 420 ane) debemos una frase que ha devenido la base esencial sobre la cual se edifica todo el andamiaje del humanismo liberal occidental:

           "El hombre es la medida de todas las cosas,
            de las que son en cuanto son,
            de las que no son en cuanto no son." (2)

Es cierto que Protágoras limitó entonces el contenido de su mensaje a lo gnoseológico, a la relatividad de todo conocimiento humano, incluso a la reducción extrema de la verdad a la opinión.  Las interpretaciones posteriores han dotado de mayor alcance la más célebre máxima protagoriana y fue Sócrates (470 – 399 ane) quien paradójicamente se tomó las primeras libertades, pues en su búsqueda de la naturaleza de lo humano no hizo otra cosa que remeter contra la propia Sofística.  Ésta defendía la idea de un individualismo radical, mientras que Sócrates, alejado de lo político, desarrolló la mayéutica como actividad sincera y problémica.  De Sócrates no sabemos por el mismo ya que nunca escribió, sino a través de Jenofonte, Platón y Aristóteles.  Un análisis profundo de todo el pensamiento griego antiguo sale fuera de los límites de este mini-ensayo y por tanto sólo puedo esbozar aquí las ideas más generales.  Baste decir que a partir de estos filósofos la democracia griega elaboró un concepto de libertad en estrecha relación con el de ciudadanía (un fenómeno urbano); dicha concepción de la libertad resultó principalmente vinculada a la vida política de la ciudad.  Todavía quedaba un largo camino hasta la concepción moderna de la libertad, la cual está basada en el respeto inquebrantable del ser humano precisamente como medida de todas las cosas.

El paso decisivo en la formación de la tradición occidental se produce con el Imperio Romano y la convergencia del pensamiento griego con la tradición judeo-cristiana.  Los historiadores ofrecen largas explicaciones de como fue posible dicha convergencia, y se refieren en detalle a la evolución de las formas platónicas originales hacia una Teoría de la Palabra (Logos) desde la cual es fácil pasar al Dios de los cristianos.  No obstante, tales explicaciones olvidan un elemento importante, común a ambas tradiciones: la tolerancia. El pensamiento griego antiguo había evolucionado hacia una visión tolerante de las diferentes culturas en la cuenca mediterranea, sus alrededores y aún más allá, fundamentalmente a través de un intenso mercado que fue capaz de producir una metacultura, el helenismo.  Siempre existen tensiones entre las diferentes componentes de un ambiente multicultural, pero el mercado en aquel escenario fue capaz de inducir intereses comunes, no sólo económicos sino también espirituales. La búsqueda de la felicidad personal se convirtió en el objetivo de la vida.   Por otra parte, la tradición judeo-cristiana había enarbolado tempranamente la doctrina de que todos los seres humanos son entes morales creados a la imagen de su creador y con la habilidad de ser los propios diseñadores y gestores de sus vidas. Había aparecido el concepto de libre albedrío.  Es un concepto peliagudo porque si se leen con detenimiento los relatos del Génesis, dicho concepto entra a escena asociado al concepto de pecado original.  En los primeros dos capítulos del Génesis, Dios está en control total de todo lo que acontece, y no es hasta el capítulo 3, específicamente los versículos 3:5 y 3:6 cuando Eva y Adán, en ese orden,  pecan al comerse el fruto de la sabiduría y entonces se avergüenzan al descubrirse desnudos.  El primer acto de libre albedrío ocurre cuando ambos deciden cubrirse.  Así, el pecado es previo a la libertad de elección y cabría preguntarse si resulta también "conditio sine qua non".  El judaismo creció en las exigencias de la ley revelada a Moisés y el castigo a quienes no lo hicieran.  Sería el cristianismo el que lo suavizaría todo, pues junto a la fe en el dios de los judíos agregó la fe en el hombre, al sostener que Jesús es dios y hombre a la vez.  Quizás quienes sean ateos, o al menos agnósticos, pensarán que camino aquí por terreno peligroso, pero no es así porque no evalúo el kerigma, sólo quiero apuntar un hecho indiscutible en los textos.  El mensaje cristiano humaniza al mensaje judío, demasiado apegado a los dogmas de la tradición y la ley, al identificar el poder de Dios con el de un hombre que vive en la historia humana:

            "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros..."       
                                                                               (El Evangelio según San Juan, 1:14)

La caridad y amor están presentes en la tradición judía, es suficiente citar dos pequeños pasajes (Levítico 19:17-18):

            " No odies en tu corazón a tu hermano; corrígelo más bien; con esto
            no llegarás a cometer faltas contra tu prójimo". (19:17) 
            "No te vengarás ni guardarás rencor contra tus compatriotas, sino
            que más bien amarás al prójimo como a ti mismo". (19:18)

Lo que Jesús hace muchas veces es citar al Antiguo Testamento, pero siempre agrega un elemento de tolerancia, de amor incondicional, que no existía en la tradición precedente:

           "...que se amen unos a otros...como yo los he amado".
                                                                              (El Evangelio según San Juan, 13:34)

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