De la Frágil Naturaleza de lo Humano (2da parte)
Arquímedes Ruiz Columbié


La condicional "como yo los he amado" impone una exigencia nunca antes vista de amor equivalente al de origen divino, una exigencia que pone al hombre y sus capacidades en el centro de la historia.  El mensaje parece abrir el camino de la esperanza y la redención a todo ser humano, y es ahí donde se funda el humanismo liberal definitivo.  Claro que pasarán muchos siglos, incluso milenios, para llegar a una sociedad donde el hombre puede convertirse en un agente libre y moral.  Hay ejemplos desbastadores de fuerzas opuestas a dicho humanismo incluso en la historia de la cristiandad: la Iglesia Católica de Roma produjo la Inquisión y sus rivales protestantes no se quedaron atrás; en pleno siglo XX existió complicidad con los fascistas en el Holocausto; hay aún indolencia en relación a ciertos gobiernos totalitarios (la situación en Cuba es un ejemplo claro, aunque con honrosas excepciones, sobre todo en el Oriente del país).  Por otra parte, las revoluciones constituyen ejemplos elocuentes: el terror revolucionario de Oliverio Cronwell que restauró un poder absoluto en la Inglaterra del siglo XVII; el terror revolucionario de Robespierre que devino en la creación posterior del Imperio Napoleónico; el terror revolucionario de los bolcheviques que encontró su epifanía con Stalin y la restauración de un poder tiránico peor que aquel de los zares rusos; Mao, la revolución china y la restauración de una dictadura anticultural; la Cuba revolucionaria y la restauración de la doble tiranía en manos de los Castro... Todos estos ejemplos demuestran como el poder político absoluto puede acabar con las mejores intenciones, y también la fragilidad de ese ser humano, único e irrepetible, y potencialmente libre.

Pienso que la fragilidad humana es multidimensional, y quizás infinita.  Como especie biológica estamos en riesgo constante de desaparecer por el claro hecho de que habitamos un único planeta expuesto a peligros antes insospechados.  La Geología moderna, por ejemplo, nos enseña sobre la existencia de megavolcanos, cuyas erupciones son capaces de introducir en la atmósfera miles de kilómetros cúbicos de ceniza, con el subsecuente apantallamiento de la radiación solar y un enfriamiento global de unos 20 °C. Tales explosiones han ocurrido a lo largo de la historia del planeta, la última de las cuales en el Lago Toba, Sumatra, hace unos 75 000 años, puso en peligro de extinción a la entonces incipiente población humana la cual se estima disminuyó a sólo unos 2000 individuos.  Por otra parte, los astrónomos estiman que el impacto de un asteriode con un diámetro cercano al kilómetro podría tener consecuencias similares.  Muchos paleontólogos creen que esa fue la causa principal que produjo la extinción de los grandes dinosaurios, hace unos 65 millones de años, cuando todavía no existía el Homo sapiens.  Otros eventos menos probables, como la explosión de una supernova en las cercanías del sistema solar, tendrían aún peores consecuencias pues aniquilarían todo vestigio de vida terrestre.  Nuestra especie es muy frágil ante tales catástrofes propias del escenario físico, pero también somos frágiles ante fenómenos que podrían surgir de la interacción entre nuestro escenario social y dicho escenario físico.  Por ejemplo, las guerras, en particular las nucleares, podrían eventualmente producir daños irreversibles en la biosfera.  Cambios catastróficos en el clima serían también, a corto plazo, catastróficos para la vida.

Sin embargo pienso que nuestra mayor fragilidad está relacionada con eventos menos catastróficos y que atentan de forma persistente contra la condición humana.  Los primeros Homo Sapiens parecen haber poblado regiones del Africa subtropical hace unos quinientos mil años. Organizados en pequeñas bandas similares a las de los gorillas y chimpancés actuales, con no más de 50 individuos, aquellos humanos ancestrales sólo nos dejaron herramientas de piedra, muy pequeñas y poco elaboradas, y ninguna obra de arte.  Siempre en lucha con las adversidades del medio ambiente, aquella precaria población parece haberse dividido hace 150 000 años en dos subpoblaciones, una en el Africa Oriental y otra en el Africa Occidental.  A la primera debemos el primer gran paso hacia la creación de un escenario cultural ocurrido hace unos 50 000 años, y que fue seguido muy pronto por la subpoblación occidental: la aparición de herramientas estandarizadas de piedra y de joyería hecha de conchas marinas.  Una emigración hacia la actual Europa ocurrió hace unos 40 000 años y dió lugar a la celebrada cultura de los Cro-Magnons, quienes ya mostraban mayores habilidades en el lenguaje y la tecnología.  No sabemos si estos primeros europeos fueron los que desplazaron a los Homo Neardenthalis, y algunos sospechan que incluso entre ambas especies hubo algún intercambio genético, produciendo la desaparición paulatina de estos últimos.  Lo que sí sabemos es que una nueva organización social emergió hace unos 13 000 años en zonas del Cercano Oriente, la tribu, una asociación más numerosa de individuos que propiciaba el asentamiento en las zonas más propicias para la producción de alimentos (3).  Con la tribu, los instintos asociados con la competencia entre los individuos fueron sacrificados a favor de otros instintos relacionados con la cooperación.  Los primeros están dirigidos hacia la individualidad, los segundos hacia el fortalecimiento de la comunidad.  Nuevas tensiones deben haber tenido lugar en el balance de las emociones humanas, pues nuestra propia experiencia nos indica que somos naturalmente tolerantes y afectuosos con grupos pequeños de personas, a las que elegimos para nuestra "banda", pero tendemos a ser distances, fríos, y hasta agresivos con quienes consideramos intrusos.  No obstante, la tribu como organización social aún no tenía estructuras policiales ni imponía el pago de impuestos.  El surgimiento de la civilización hace unos 5000 años trajo consigo esas estructuras a las cuales los seres humanos tuvieron que adaptarse y conformarse, mientras trataban de sobrevivir como personas en una confrontación vertical por sus libertades.  Esta lucha tiene carácter eterno y se acentúa en nuestros días.  En medio de ella debemos encontrar balance entre la confirmación social y la realización personal.

El ambiente social suele ser cruel cuando exige esa confirmación, especialmente si dicho ambiente responde a las exigencias de un poder despótico.  Entonces se enarbolan contra las personas argumentos tales como "la razón de estado", y todos los derechos son borrados.   En estos "estados sin derecho" la confirmación social se exige a través de la ideología, no a partir de la ley.  Claro, cuando un poder absoluto dura demasiado es capaz de crear artimañas que legalizan una determinada ideología convirtiéndola en ley, y cualquier intento de búsqueda de libertad es entonces considerado una herejía.  Este tipo de estado no es legítimo pues basa la obediencia social y personal en la coersión (amenaza a usar la violencia) y la coacción (uso actual de la violencia).  Los sobrevivientes del fascismo y el comunismo pudieran agregar testimonios vivos a estas aseveraciones, mas ¿cómo se imponen tales desmanes?

Los experimentos sobre obediencia de Stanley Milgram en los años 60s mostraron como personas ordinarias pueden convertirse en agentes agresivos contra sus semejantes si se les pide complacer a una autoridad indiscutible (4).  A grandes rasgos, dichos experimentos fueron diseñados para que tres personas en habitaciones diferentes, un experimentador (la autoridad), un aprendiz (el sujeto), y un maestro (el participante), interactuaran en operaciones diseñadas para estudiar los niveles de aprendizaje del sujeto.  El maestro debía entonces leer una palabra y ofrecer al aprendiz cuatro respuestas posibles; éste entonces debería apretar un botón para indicar la respuesta escogida.  Si la respuesta era incorrecta, el maestro debía administrar una descarga eléctica al sujeto con voltaje creciente de 15 volts por cada respuesta equivocada.  Por supuesto, el experimentador y el aprendiz eran cómplices en secreto y nunca se aplicaron descargas reales al sujeto, pero el maestro no lo sabía y al final los resultados fueron asombrosos: 65 % (26 de los 40 participantes) llegaron a administrar supuestas dosis de 450 volts a los sujetos, y sólo un participante rechazó administrar descargas antes de llegar a 300 volts, aunque no pidió que el experimento fuese terminado.  Réplicas de los experimentos arrojaron resultados similares: 61- 66 % de los participantes estuvieron dispuestos a aplicar las descargas eléctricas.                                  

Otros experimentos han ayudado a mostrar aún más detalles de la fragilidad de nuestra empatía.  Por ejemplo, Philip Zimbardo en 1971 en la Universidad de Stanford realizó un experimento con 24 alumnos a los que asignó al azar roles de prisionero o carcelero.  El experimento es conocido como "The Stanford Prison Study"(5).  En poco tiempo "los carceleros" ejercieron actos de gran violencia contra "los prisioneros", y un tercio de ellos (4 de 12) mostraron rasgos genuinos de tendencias sádicas, mientras algunos "prisioneros" se mostraron emocionalmente traumatizados.  En seis días el experimento fue terminado con una conclusión contundente: la mayoría de los seres humanos pudieran actuar violentamente si gozan de poder indiscutible, mientras otros callan.   

Los resultados más recientes de las ciencias neuro-sociales indican que incluso las actividades "más espirituales" del hombre tienen simultáneamente una fuerte componente biológica, reafirmando la naturaleza multidimensional de lo humano.  Pensamos, sentimos y actuamos con todo nuestro cuerpo, en particular con nuestro cerebro, y es en este último donde se centran el amor y la empatía, pero también las emociones negativas de ira, miedo y tristeza que nos pueden llevar a la agresividad y la violencia, a renegar de la empatía.  La fragilidad aflora fácilmente si nos invaden dichas emociones, pero somos igualmente frágiles incluso cuando somos magníficos, como nos lo prueban toda la historia humana y toda la literatura.  Podría pensarse que debemos culpar a nuestras emociones de esa fragilidad compleja e intrínsica, mas sólo su existencia nos permite tomar decisiones cuando no tenemos suficiente información para una evaluación racional y hemos de seguir a nuestro corazón.  La fragilidad humana es entonces condición inherente de una existencia siempre en riesgo de crisis, siempre carencial. Tengo la certeza de que somos una especie fuerte, enfrentada a la hostilidad de diversos escenarios a la que hemos sobrevivido por muchas generaciones, una especie en crecimiento.  Como animales hemos producido guerras e incluso superpoblado el planeta poniendo en riesgo a toda la biosfera, pero cuando miramos al cielo podemos descubrir nuevas estrellas, algo imposible para otros, y hasta hemos puesto hombres en la Luna.  Hay algo a nuestro favor, algo que incluye una mínima empatía, la esperanza en el futuro, la curiosidad ante lo desconocido, y la voluntad de no darnos por vencidos.  Aún si la probabilidad de supervivencia resultase ínfima en un futuro incierto, me asiste la convicción de que nuestros descendientes actuarán con decisión, y con la fe en un resultado positivo.  Ese optimismo social y personal es quizás lo que mejor explica como una especie frágil y emotiva, pequeña y desarmada, ha logrado sobrevivir al asedio incesante de la fatalidad.        

San Angelo, Texas, Marzo del 2009

          
(1)Vargas Llosa, M., 1999: La Condición Humana, de André Malraux, Letras Libres (México) No. 4;
        
(2) (http://www.iep.utm.edu/p/protagor.htm;

(3) Diamond, J., 1999: Guns, Germs, and Steel: The Fates of Human Societies, Norton, 496 pages;

(4) Milgram, S., 1974: Obedience to Authority; An Experimental View, HarperCollins, 224 pages;

(5) http://www.prisonexp.org/


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