Cubanoteca
Teresa Dovalpage
                                                                                                                                                                                                                                                                                      Para Carlota Caulfield y Jesús Barquet



Yo necesito un abogado, urgente. Y trata de que sea un tipo especializado en inmigración ¿oíste? Ah, y mándame  dinero. Estoy en Tijuana y no me queda un quilo prieto partío por la mitad. ¿Qué tú dices? Hazme el favor, mima, ¿qué Cuba ni qué barbas ni qué ocho cuartos? Lo que hace falta es que me mandes mis papeles, vieja, algo que diga bien claro que

                soy americana, officer. ¿Cómo no va a creerme? Bueno, ya sé que una no luce muy born in the USA que digamos, con este pelo aindiado y esta piel de color cartucho, pero no es culpa mía. Mis padres vinieron de Cuba: Juan Vergara (alias Juan Sin Brete porque papi, que paz descanse, se lo pasaba diciendo "sin brete" para todo) y María Asunción Fernández de Vergara. Ella tiene una farmacia en la Calle Ocho, allá en Miami. Un local entre farmacia y botánica, que lo mismo despachan aspirinas que azabaches pal mal de ojo y loción espanta espíritus.


En eso usted tiene razón: no nací aquí. Pero me hicieron ciudadana antes de cumplir los dos años. So, what's the difference? Y aunque a usted no le importe, le diré que soy adoptada. Mi familia salió de Cuba en el setenta y cinco. Los dos viejos, con mi abuela Manina y mi hermana Ifigenia, que en paz descanse. Le digo hermana aunque yo no la conocí, pero tanto he oído hablar de ella que me parece que hubiésemos paseado juntas  allá en El Malecón habanero y cantado que arroz con leche se quiere casar con una viudita de la capital.
Ifigenia tenía dieciocho años cuando murió en un accidente en Miami, a los seis meses de llegar. Eso fue en el setenta y seis. Por eso mami no ha querido que yo saque la licencia de conducción todavía. Que si la tuviera ya me hubiese identificado y no estaría ahora pasando
el mal rato en Inmigración fue de ampanga, y lo peor es que me devolvieron para México, vieja, como si yo fuera una mojadita cualquiera. No me creyeron cuando les dije que era cubana. Es decir, cubano-americana. Es decir, zapoteca-cubano-americana, que este potaje étnico mío no hay quién lo entienda.

Cálmate, chica. Claro que  no te estoy culpando de nada, por favor. Y ya sé que tú estás nerviosa. Y también sé que después que mi hermana murió

mis padres se quedaron traumatizados. Los dos, pero especialmente mami, que según cuentan, lloraba todos los días diciendo que ojalá se hubieran quedado en Cuba. Que Ifigenia no se les hubiera muerto en La Habana porque a ver de dónde iban a sacar ellos un carro allá. La neurastenia la cogió con este país y por poco vuelve a La Habana a besarle la barba a quién tú sabes. Perdón, a quién usted sabe, que no hay confianza para el tuteo.

¿Que no lo sabe? Pero, ¿de dónde salió usted, officer? Quién tú sabes es Fidel Castro, el de la barba. Sí, y de los tabacos Cohíba también. Pues para que se le quitara la matraquilla a mami, a mi padre se le ocurrió adoptar a un muchacho. Y ahí es donde entré en danza yo.

Pero aquí el proceso de adopción es tremenda jodienda, you know. Hay que esperar años y cuesta un ojo de la cara y hasta el ojete del culín. Así que decidieron irse a buscar un huerfanito en otra zona. Se zumbaron hasta Morelia, Michoacán, porque les dijeron que en un orfanato de por allá podrían adoptar al bebé que más les gustara sin tanta complicación. Pero parece que en Morelia les vieron caras de ricos o de comemierdas o de las dos cosas a la vez. Les pidieron un montón de miles de dólares que no lo brincaba un chivo. Como cincuenta mil, figúrese.

Ahí mi padre se encabronó y le dijo a mami que se olvidara de la neurastenia. Que se comprara un perro chihuahua porque la farmacia daba para andar comido, pero no para andar robado. Y mami toda apolismada, como un aguacate demasiado maduro, vuelta a llorar y a decir que iba a agarrar un avión allí mismo, en la mera ciudad del cura Morelos, y a zumbarse derechito a Cuba a besarles las barbas a Fidel, que va y hasta les daba un pionerito gratis.

En ese tira y encoge los oye la empleada del hotel donde se quedaban —un hotel muy fino, que se llamaba El Moreliano— y les dice que si ellos querían un bebito haber hablado antes, por Dios. Que a santo de qué iban a pagarles esa barbaridad a los pinches cabrones del orfanato para que se quedaran con la plata y no les dieran ni medio peso a los huérfanos. Que ella tenía una parienta que había quedado embarazada porque el Señor de Pátzcuaro así lo había dispuesto, y tenido trillizas por la misma razón.

Con todo el respeto, ahí se le fue la mano al Señor de Pátzcuaro. Tres de un tiro no es fácil. Y la pobre mujer (mi madre verdadera, vaya) se llamaba Juana Pepa y era una indita, zapoteca pura. Estaba malviviendo en un cuartucho y sin esperanzas de que el padre de aquella trinidad de tres semanas de nacida diera la cara. Seguro que les dejaba llevarse una, o dos o las tres si querían, les aseguró la empleada del hotel a mis padres. Ah, y no tendrían que pagar nada, aunque un  regalito por el amor de Dios se lo agradecería la Juana Pepa, claro.
Oyendo mami aquello y alegrándosele el esqueleto fue todo uno. Con un cohete en el fondillo llegó a la casa de Juana Pepa y entre las tres chiquillas me escogió a mí. Al buen tuntún, como quien escoge a un perrito en una camada. Va y lo hizo por lástima, porque yo era feísima. He visto fotos mías de cuando niña y óigame, una servidora le metía miedo al susto. Flaca hasta decir ya está bueno, con ojos de lechuza y cara

de mal genio que tenía la officer de Inmigración, me cago en ella. Imagínate que después que le di todas las explicaciones pertinentes, y hasta las impertinentes también, no me dejó entrar al país. No me creyó ni una palabra porque dónde se ha visto que alguien de su edad ande por el mundo sin identificación ninguna, me dijo. Usted es mexicana y se regresa a su tierra, a no ser que me traiga un US passport o un certificado de nacimiento. Así que vieja, muévete pronto si quieres que regrese
a Miami volvieron mis padres con el paquete, es decir, conmigo, a cuestas. Una vez allá hicieron todo el papeleo que hay que hacer y me inscribieron como hija. Al poco tiempo me bautizaron en la Ermita de la Caridad. Zapoteca de nacimiento, cubanita por adopción. Cubanoteca, vaya.

¿Que le parece raro como hablo? Bueno, el español lo aprendí de mis padres y es muy de Centro Habana. Pero si lo prefiere pasamos al inglés. No problem. En cualquiera de los dos idiomas me expreso bien. Si me dejan hablar, como dice mami, no me matan.
Sigo.

En el barrio donde me crié en Miami, allá en la Sagüesera, me decían la negrita. Eso molestaba mucho a abuela Manina, que enseguida se metía a clarificar que yo no era negrita, sino indita. Porque esa vieja es racista como carajo. Yo la adoro, pero si no fuera su nieta no me daba ni un vaso de agua en el desierto, la verdad. A pesar de todo, no noté nada raro hasta que empecé a ir a la escuela. La Inmaculada se llama. Ahí tienen mis records, así que puede usted llamar y averiguar si soy legal o no.

Como los muchachos veían a mami blanquita como un coco, a mi padre ojiazul y a mí pues pura zapoteca, empezaron a joder con sus comentarios. Mami me mandó a que les dijese que yo era de este color porque así lo había mandado la virgen de la Caridad del Cobre. Yo la creí. Pero me pareció una broma de mal gusto de la Caridad, hacerle esa charraná a abuela Manina, a quien, como le he dicho, no le gustan oscuritos ni los teléfonos.

Fue en tercer grado que un chiquito me preguntó que si yo era adoptada. You are adopted, aren 't you ? Llegué a casa y le pregunté a mami si era cierto aquello de adopted. Y mami, pues de nuevo a llorar y a preguntar que quién me estaba metiendo malas ideas en la cabeza. Que les dijera a los imprudentes que yo era hija de

la Virgen del Cobre no tiene nada que ver con esto, mami, ni tampoco el de la barba. Mira, si vas a seguir con el drama, cuelgo. Coño, es que me pones más nerviosa a mí. Y ya estoy que me tiemblan hasta las pestañas. Que no tengo dinero, te digo. No me queda nada. Lo que no me gasté en Morelia, lo usé para el pasaje de la guagua hasta Tijuana. Y con los últimos seis dólares me compré esta tarjeta de teléfono.

No, no me puedes mandar un giro por la Western Union tampoco. ¿Cómo voy a cobrarlo si no tengo identificación? Lo que tienes que hacer es buscarme un abogado o llamar a alguien que sepa de estas cosas, a un amigo de

papi se atrevió a decir, entonces, que algún día habría que hablar conmigo y explicármelo todo. Pero mami, vuelta a llorar a moco tendido y vuelta a gritar que por qué no se habrían quedado en Cuba, tan tranquilos que habrían vivido allá. Que ella estaba a punto de coger un avión y correr a besarle las ya canosas barbas a Fidel. En medio de aquel despelote, lo único que yo quería era que alguien me explicara qué demonios quería decir adopted.

Al fin y al cabo me enteré. Pero para entonces acababa de entrar en high school. Ya no estaba en el colegio católico y había más mescolanza. Con medias palabras y a escondidas de mami, mi padre me explicó lo de la adopción, asegurándome que ellos me querían tanto como habían querido a Ifigenia. Pues está bien, le contesté, y todo quedó ahí. Sin brete.

Pero Miss PC, una de las maestras, volvió a revolver el panal. A Miss PC le decimos así porque es el colmo del politically correct. De las que si van a poner un arbolito de Navidad en la escuela dice que también hay que poner algo de Kwanza y su pizca de Yom Kippur y de Ramadana y una media luna y un medio sol y un puñetero símbolo de cuanta religión se haya inventado o esté por inventarse, no vaya a ser que alguien se ofenda. Miss PC a cada rato chocaba con otra maestra, cubana de nacimiento ella, pero que se les da de más americana que Bush y Clinton juntos.

Sigo, sigo. Pues Miss PC organizó un concurso de ensayos sobre "nuestras raíces." Para ayudarme a escribir la composicioncita, mami accedió a darme detalles de mi muy maculada concepción. Ahí me enteré con más detalles del viaje a Morelia y de por qué me llamo María Caridad Vergara y Fernández en lugar de Xochilt Pérez, pongamos por caso.

Miss PC se encantó con mi historia. Quedé en segundo lugar, después del muchachito que tenía dos papás. Eso sí que era el colmo de lo politically correct aunque abuela Manina decía que dónde se había visto que los maricones adoptasen hijos, que nada más que aquí.
Yo, como ya me había acostumbrado a ser hija de mis padres y nieta de Manina, que seguía diciendo negrita no, indita, dejé que las raíces siguieran creciendo pabajo y me olvidé del asunto. Luego papi murió, el pobre, y yo preferí ni mentar la adopción de nuevo para que mami no se  alterara ni le subiera la presión ni le dieran ganas de irle a besar las barbas a quien tú sabes.

Hasta un día. Un día que se me ocurre ponerme a mirar Univisión. Yo casi no veo la tele en español, prefiero American Idol y Survivor pero aquella tarde no había un solo programa que valiera la pena y cambié de canal. Resultó que pasaban un documental sobre México y su gente. Chiquitas como yo celebrando su quinceañera. Y otras nenas con los pies en la tierra, mal vestidas y medio sucias. Y unas pordioseritas, Marías que les llaman, vendiendo chicles o

pidiendo limosna por las calles de Tijuana voy a terminar, vieja, como no venga alguien a rescatarme pronto. Bueno. Pero en lo que tú sacas el pasaje y llegas aquí se van como diez horas. Y Tijuana por la noche no debe ser ninguna fiesta, ¿sabes? ¿Dónde voy a dormir? ¿Dónde

estaría yo ahora si no me hubiesen adoptado? ¿Por qué me cayó a mí, precisamente a mí, la buena suerte? ¿Y dónde estaría ahora mi madre zapoteca? Todas esas preguntas empezaron a revolotearme en la cabeza, como mosquitos miamenses, cuando apagué la tele. Si mami, en lugar de escogerme a mí, me hubiera dejado en el cuarto de Juana Pepa y se hubiese llevado a una de mis hermanas ¿qué habría sido de mí? Y ellas, las cuatitas abandonadas a su  suerte, ¿dónde andarían?

Traté de convencer a mami para que me acompañara a Morelia pero sin resultado.

La drama queen volvió a halarse los pelos y a decir que ya ella sabía que iba a perderme a mí también. Que a la vejez iba a terminar en un nursing home después de haber criado a dos hijas. Que ahora sí, ahora sí se iba derechito a Cuba a besarle la barba a quién tú sabes porque semejante deshijamiento nunca le hubiera pasado allá.

Al ver que con ella no había arreglo decidí escaparme, zumbarme hasta Morelia y buscar a alguien que me diera razón de mi madre y de mis hermanas. Entiéndame, officer, yo no pensaba quedarme a vivir allá definitivamente, ni cambiar a mami por Juana Pepa. Ni a estas alturas de la vida, que son quince años pero parecen dieciséis, me iba a volver mexicana de hueso colorado, tequila y Pedro Infante cuando me han criado como cubano-americana desde el mes de nacida. Lo único que quería era conocer a mi otra familia, la biológica, y ayudarles en algo, si podía.

Así que guardé mi dinero. Me hice una huchita poco a poco, babysitting y ayudando en una peluquería. Cuando vine a ver tenía como trescientos dólares, más los cincuenta que me da abuela Manina el día de mi cumpleaños. Como nadie sabe cuándo es, lo celebramos el ocho de septiembre, la fiesta de la Caridad.

Un sábado le dije a mami que me iba a un sleepover y cogí un bus de Miami hasta San Diego. Luego crucé muy pancha la frontera. Ya yo había buscado en Internet y visto que desde Tijuana se podía llegar a Morelia en otra guagua, que allá llaman camión. Así que adelante y qué viva Benito Juárez.

Si yo fuera mentirosa le haría una historia de moco y lágrimas contándole todas las cosas horrendas que me pasaron antes de llegar a Morelia. Una telenovela como Betty la fea. Le diría que me desvalijaron por el camino. Que la guagua llevaba, además de gente, cuatro puercos, un guajolote y seis gallinas. Que se me perdió la cartera y tuve que ponerme a vender chicles como cualquier María. A lo mejor así usted me cogía lástima y me dejaba entrar.

Pero no. La verdad es que agarré mi camión tijuanense en santa paz. Al cabo de dos días de traqueteo llegué a Morelia sin que me faltara ni la mitad de una uña. Me fui derecho a un hostal que había visto anunciado en Internet y que se llama Gran Hotel Internacional.
Hasta ahí todo bien. Pero cuando pregunté por El Moreliano, resultó que lo habían derrumbado para hacer un edificio de quince pisos. Nadie conocía a Juana Pepa. La dueña del hostal me dijo que ya había suficientes indias patarrajás en la ciudad, para qué fregados queremos otra más. Estará por Oaxaca o por Mitla, me soltó, y mejor que se quede allí.

Si Miss PC la oye le da un zambeque, pensé. Pero en eso se me ocurrió que si mami no me hubiera escogido al buen tuntún, a quien estarían llamando india patarrajá sería a mí. Y me encabroné. Le dije cuatro frescas a la vieja del hostal y me fui a la calle pensando por primera vez  que Miss PC no era tan sangrona y que qué fácil es burlarse de lo politically correct cuando no le pisan el callo a uno.
Después de cuatro días decidí regresarme. A ver qué hacía yo sola en Morelia como perro sin dueño. Agarré el camión de nuevo y ahora que voy a entrar a mi país, porque éste es mi país, you know, usted me pide los papeles. ¿De dónde quiere que los saque? Cuando ni licencia de  conducción tengo, por lo de la pobre Ifigenia que en paz descanse, ni certificado de nacimiento, que no lo habré tenido nunca, ni la cabeza de un guanajo... 

Y eso de que la zumben a una de vuelta a sus raíces cuando éstas andan tan perdidas por Oaxaca o Mitla

tiene muy poca gracia, vieja. Es decir, gracia, no tiene la más mínima. Por eso necesito un abogado, urgente. Y trata de que sea un tipo especializado en inmigración ¿oíste? Ah, y dinero. Estoy en Tijuana y no me queda un quilo prieto partío por la mitad.


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