( Habana 1957)

     El taxi sale del túnel Quinta Avenida y toma el Malecón. Ella recibe con agrado el olor a salitre y a piedra.  Va leyendo los anuncios lumínicos "Hotel Riviera" "Cerveza Polar" "Phillips" "Ron Bacardí" "Chevrolet" "Colchones Lavin" "Tome Cocacola" "Aceite Oliveite" "Batista es el hombre"… como si los anuncios se fueran continuando con sus luces de colores en una larga catarata a lo largo de la calle, a un lado, al lado contrario del muro del malecón, carteles, vallas, luces, todas colocadas en los grandes edificios que dan a La Habana ese aire de gran ciudad.

     Los anuncios no acaban nunca, cada noche en el recorrido desde el cabaret hasta la Plaza  de la Catedral ella va descubriendo uno nuevo "Club Dominó" "Rincón del Tango" "Agencia Mercedes Benz" "Hotel Deuville". La luz del faro del Morro, fuerte y vigilante, se mueve por el mar  barriendo la bahía desde  que La Habana fue Habana, confundiéndose con los anuncios de luces.   La Habana brillante  de la eterna rumba, del olor de tabaco  y ron, de las mulatas hermosas y las vitrolas sonando toda la noche, ella no lo sabe  pero durante mucho tiempo, será el único recuerdo agradable que la  ayudará a resistir con la esperanza de volver a pasear ese increíble Malecón donde no sólo se pasea junto al mar, sino que se va disfrutando el sabor musical caribeño con El Benny, Sonora Matancera, Roberto Faz, Tito Gómez "Voy por la vereda tropical, la noche plena de quietud con su perfume de humedad…." "Santa Isabel de las lajas, querida…." " Doctor, mañana usted me saca esta muela, me lo dijo Adela…." " Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé , Bernabé le pegó a Muchilanga, le echó burundanga, le hincha los pies….Monina…."

     Respira profundo como si quisiera acaparar todo el aire fresco de la noche acompañado con las voces musicales  de la bullanga habanera  A esa hora de la noche, el tráfico es algo menos complicado, sólo deambulan por las calles, turistas y  los cubanos más bohemios, que se resisten a quedarse en sus casas y perderse el ambiente habanero de las noches. También están allí las parejas de enamorados que acuden al Malecón para encuentros furtivos, protegidos por la noche tropical. Ciertamente con los acontecimientos de los últimos días, las manifestaciones  universitarias, la bomba del cine América   y tanta gente joven en los calabozos del SIM, cada vez los bohemios y arriesgados van siendo menos. Otros, convencidos de que hay que hacer algo, han decidido seguir la última consigna del Movimiento 26 de Julio, la consigna de las tres C: CERO cine, CERO cabaret, CERO club y así de alguna manera apoyan  la guerra iniciada contra el presidente Fulgencio Batista.

     Llegan hasta Prado y Malecón, doblan y suben el Prado. Siguiendo las orientaciones de Arsenio, llegará a pie hasta la Plaza.  Ciertamente, el Prado a esta hora todavía mantiene su actividad, uno que otro café abierto, los turistas llegando a sus hoteles, sí, es mejor esta ruta que le ha aconsejado Arsenio.  Suben todo el Prado y ordena al taxi que se detenga en el Parque Central. Se baja del auto, mientras paga y espera las vueltas, aprovecha y con una ojeada rápida hace el inventario del Parque. No hay moros en la costa. Sonríe. El camino está libre y ella a pesar de que anda de prisa, debe caminar despacio. Recuerda que Marlon siempre lo dice: "si quieres apurarme, vísteme despacio"

     Como si tuviera el tiempo que no tiene, como si fuera la dueña de la noche, camina despacio. Atraviesa el Parque Central, se detiene  frente a la figura del Apóstol, del poeta, una estatua fría y  tranquila que ella ha visto en el centro del parque desde que paseaba de la mano de su padre, y él repetía siempre para que ella se aprendiera los versos "Cultivo una rosa blanca en julio como en enero…y para el amigo sincero que me da su mano franca,…cardos y ortigas cultivo… cultivo una rosa blanca"
Tantos versos de José Martí aprendidos en el colegio, repetidos en el bachillerato, tantas frases martianas "ser culto para ser libres", "La patria es ara y no pedestal"….Martí….Martí…Martí, el apóstol, el Maestro… siempre ahí con ellos,  en la boca de Arsenio, de Fernando, de Marlon… Y lo mejor de todo era esa idea de Orbón de acoplar los Versos Sencillos de Martí con "La Guantanamera", ya no había fiesta de los amigos que no cantaran   "Guantanamera… guajira guantanaera… guantanamera…" Ella recordaba bien como  en casa del profesor Orbón en los días en que ella iba con su amigo Héctor Angulo, Julián Orbón cantaba con sus estudiantes y amigos, él al piano y todos cantando a coro "Guantanamera… guajira guantanamera… guantanamera… Con los pobres de la tierra…/.quiero yo mi suerte echar…/el arroyo de la sierra…/ me complace más que el mar… Guantanamera….guajira guantanamera….guantanamera…". ¡Genial…! ¡claro… ocho sílabas tiene el verso ¡ "Guajira guantanamera"  ¿Cómo no me había dado cuenta… ¡usted es un genio, Maestro…¡  "Con los pobres de la tierra…" ¡ocho sílabas igual!.y usted no se queda atrás profe Orbón…¡Qué maravilla la suya pegar los Versos de Martí con "La Guantanamera"…Como si se despertara de un sueño, se da cuenta que ha estado unos minutos parada delante de la estatua de José Martí, suspira, hubiera querido quedarse allí y cantar todos los Versos Sencillos. ¡Qué pena, Maestro, pero debo seguir…!  gracias, Martí por haber existido, sin usted, Cuba no sería la misma." Y pasa suavemente los dedos por la figura blanca y fría y repite lo que dijera en su clase de noveno su profesora de español Zenaida Barcia   " si te hubiera conocido, Maestro,  YO te hubiese amado".

     Echa a andar repitiendo las últimas palabras "te hubiese amado" está segura que ella también se hubiera muerto de amor como la niña de Guatemala.  Termina el parque y debe cruzar la calle para atravesar La Manzana de Gómez, a esta hora con sus vidrieras alumbradas exhibiendo de todo lo que se quiera comprar, pero los negocios bien cerrados, con sus cortinas de hierro, que cuidan las vidrieras de los ladrones.  Siempre siente el mismo temor,  más bien la asalta un pánico, que no quiere confesarse, pero que está ahí. El miedo a que la sigan, a que estén detrás de ella, que no se dé cuenta, pero que la estén siguiendo.

     Antes de entrar a la Manzana debe hacer un chequeo, se para ante la vidriera principal del almacén que da entrada a la Manzana y mira los cristales como si estuviera contemplando los maniquíes con sus colores exuberantes, sus tules rojos y negros, pero en verdad está mirando a ver si alguien la sigue,  no ve a nadie sospechoso en el reflejo del cristal. Se encomienda a Ochún "Virgencita de la Caridad del Cobre, protégeme" y entra a la calle interna que atraviesa todo el centro comercial, va como jugando con las vidrieras, pero atenta, con la seguridad de que si la están siguiendo, no tendrá escapatoria, pues tendrá que seguir hasta la otra cuadra donde termina la Manzana de Gómez. 

     Respira, chequea su pequeño reloj pulsera "Virgencita, que son casi la una, la reunión debe estar bien adelantada" pero sabe que tiene que seguir tranquila, sin pasos rápidos, como quien va de regreso a su casa o en busca de una rumbita para pasar un buen rato. Sale de la Manzana, atraviesa la calle y pasa por el bar Floridita, con gusto llegaría y se tomaría el daiquirí, tan famoso ya entre la farándula habanera, pero no puede, pasa por la puerta del bar y se promete que un día vendrá tranquila , sin miedos, sin premuras con Fernando a tomarse ese daiquirí , que no preparan mejor en ningún lugar del mundo , como en el Floridita, con hielo frappé, ron blanco, limón, granadina y una cereza, y servido en una copa ancha de pata larga. Sí, vendrá con Fernando y quién sabe si se encuentran con el mismo Ernest Hemingway, dicen que siempre anda rondando el Floridita, como se comenta que él mismo afirma "Mi daiquiri en el Floridita y mi mojito en la Bodeguita",  y brindarán por el triunfo y la victoria sobre Batista en este mismo Floridita, que ahora la ve alejarse con la carga de sus miedos.

     Se detiene en una parada innecesaria, no hay prácticamente tráfico ya en esta parte de la ciudad, pero la parada es más para volver a comprobar que está limpia, que nadie la sigue.  Ahora empieza el trayecto más peligroso, se acerca  a La Habana Vieja, donde ya el bullicio,  la rumba y la gente va disminuyendo.  Toma la calle Orrelli, llena de comercios, a esta hora cerrados y los que aún están abiertos , ya empiezan a recoger, se oyen las cortinas de aluminio que van bajando y cerrando los pequeños clubes y restaurantes, echan candados y ella va mirando entretenida, o simulando que va entretenida con cada una de las vidrieras. Orelli es la calle que toda ciudad tiene, entre sus tiendas y almacenes, se puede comprar lo que uno ande buscando y aún lo que ni siquiera se haya imaginado. Como dice Arsenio "En Orelli te puedes conseguir una puta, un maricón, un guante para cazar ratones". Ese Arsenio, a pesar de toda su seriedad y su tiempo para la política, siempre encuentra la frasecita exacta para describir todo, y por muy tensa que ella esté, Arsenio consigue que se sonría y hasta que suelte, cosa rara, de vez en vez una sonora carcajada.  Y ahora en la noche, ella mirando  lo que se exhibe en las vidrieras y lo que no se exhibe y se puede observar por allá en los mostradores y en los estantes, piensa que Arsenio tiene razón.  En cada esquina, hace una paradita, mira para todos lados y sigue hacia la otra acera. Mientras se va acercando a la Catedral, el pánico aumenta y  empieza a asomársele por cualquier lugar, las manos le sudan, le da calambre en el cuello y la respiración en contra de lo que quisiera, va haciéndose cada vez más pesada.

     Se va acercando, va llegando ¿qué habrán decidido? ¿Dónde  la habrán dejado a ella? ¿La habrán separado de Fernando para alguna misión? Sabe que Arsenio trata de que a ella no le asignen las tareas de mayor peligro y ya se lo ha dicho "no, Arsenio, no me protejas tanto" pero es por gusto, y como nunca puede estar temprano en las reuniones del grupo, ahí propone, votan, deciden y a ella no le queda otro remedio que acatar.

     No queda otra alternativa, llega a la misma esquina de Orelli y San Ignacio, ahora sí está en plena Habana Vieja, está de frente a la inmensa catedral, tan barroca, tan ecléctica, bueno, con esas torres altas, ojalá que estuviera abierta y ella pudiera entrar aunque fuera por unos segundos para tomar paz y tranquilidad, encender una veladora y rezar tres avemarías.  A esa hora, pasada la una de la madrugada, la Plaza de la Catedral está levemente alumbrada, casi nadie camina por ahí, los cafés de alrededor de la Plaza ya los han cerrado, debe tomar una decisión final, entrar al Callejón del Chorro, acercarse a la vieja casa donde la espera el grupo, y tocar la pesada aldaba de la puerta de cedro.

     Cuando va a doblar para entrar al Callejón, siente unos pasos retumbando tras ella, no se atreve a doblar y sigue sin saber bien qué hará. Tratando de adoptar una actitud normal y de olvidar el frío que le baja por toda la columna vertebral, se recuesta a una de las columnas que sostienen los arcos coloniales de medio punto, como si se arreglara la correa de sus zapatos. Alcanza a distinguir un sombrero alado y unos zapatos de dos tonos.  No puede descubrir su rostro.  La noche y sus sombras son cómplices del intruso.

     Raro, siente los motores de varios carros, apenas puede distinguir las luces, vienen bajando  también por Orelli  y salen por la otra calle. La invade un temor insospechado. No puede acercarse a la casona del Callejón del Chorro. Mira su reloj "seguro han acabado la reunión y sólo me están esperando a mí, pero no puedo llegar ahora, no puedo… NO PUEDO…"  Sigue entre las columnas, y los zapatos de dos tonos la siguen. Sus tacones repiquetean en las baldosas de las aceras y se multiplican en  el repiqueteo de los zapatos cocacolos que sin dudas, la siguen. Toma una decisión inmediata. Sigue hasta la esquina,  dobla a la izquierda y respira, La Bodeguita del Medio aún está abierta.

     Sin mirar hacia atrás, entra a la Bodeguita, en su mejor momento a aquella hora. Los bohemios arriesgados noctambulean en la Bodeguita y hasta  amanecen entre chicharrones, frijoles dormidos y mojitos. La Bodeguita no entraba en la consigna de las tres C, pues ni era cabaret, club, y mucho menos cine, era simplemente eso: la Bodeguita del Medio, buena cueva y resguardo para los intelectuales trasnochados y los periodistas que debían esperar la tirada de sus diarios.  Allí  muchas veces iba el grupo cuando salían de la casa del Callejón. Iban saliendo de dos en dos,  o de tres, o de a uno, y se daban vueltas por la Plaza hasta que se reunían en la Bodeguita, era más seguro quedarse allí toda la noche que regresarse al Vedado, a Miramar o a Marianao.

     Se acerca a la barra, alta, de madera fuerte y torneada, se sienta en una de esas banquetas a la altura de la barra. Martínez, barman, cocinero, y dueño de la Bodeguita la ve y se acerca con su delantal blanco inmaculado, ni una manchita de grasa de los chicharrones, ni salpicado de ningún color. Martínez la conoce, bueno, a ella la conocen todos,  pero en este caso ella también conoce a  Martínez. "Aquí tienes lo de siempre, va por la casa ¿vienen tus amigos?" Una sonrisa de respuesta, ni afirmativa, ni negativa, agradecida, aliviada, quizá. La banqueta está frente a la barra y de lado a la puerta de entrada, así podrá ver si entran los zapatos de dos tonos y  el sombrero alado. No puede ser otro el ofrecimiento de Martínez, un mojito bien cargado, le viene de maravillas, con buen punto de limón y ron Bacardí, eso sí, ella es muy buena catadora, algo había heredado de su padre, y la ramita de hierbabuena, estrangulada  por el removedor, apachurrada para que saliera su sabor y de paso surta algún efecto tranquilizante, que bien que lo está necesitando.  Un primer sorbo del mojito, lo saborea, respira profundo y de nuevo es la bailarina tranquila, segura que acostumbra a tomarse su mojito en La Bodeguita, sin importar que casi son las dos de la madrugada. Ahora está lista para esperar unos minutos antes de intentar volver al callejón del Chorro.  "Tranquila, no pasa nada, calma" – se dice volviendo a tomar de su vaso corto y ancho, de hielo y mojito, como sólo sabe preparar Martínez, tan exquisito escogiendo el tipo de cristal para cada bebida. Si alguien pide un Cuba Libre, entonces, saca unos vasos largos, estrechos y altos. Lo repite siempre "el vaso hace la bebida", palabras mágicas, porque toda la clientela de La Bodeguita, está segura que Martínez tiene toda la razón. 

     Una mirada a los versos de Nicolás Guillén en la pared arriba de los estantes de las bebidas y frente a la barra :
              
                  "Tu son entero;
                  el del pie sobre el muro
                 tu son entero…" 

     Y no se podía leer el resto, Guillén debió escribir esos versos hace  unos diez años, pero ella se conoce de memoria lo que sigue, Fernando y Abel lo recitan a coro cada vez que se toman un mojito de más, así que sigue en voz alta, casi  instintivamente, sin darse cuenta:

               " Cógela tú, guitarrero,
                 límpiale de alcohol la boca
                 y en esa guitarra, toca
                               tu son entero"

     Martínez está frente a ella, del otro lado de la barra y aplaude, ella siente un ligero escozor en sus mejillas, Martínez le sonríe y le dice "¡Qué bueno que te sabes el poema, así Nicolás podrá morir tranquilo!" y ella también sonríe. Por un momento se olvida que está en La Bodeguita haciendo tiempo y se deleita con los demás letreros en la pared detrás de la cantina:la firma de Hemingway, y las fotos de Ava Gardner, Gary Grant, Marlon Brando y hasta del mismísimo Nat King Cole.  Mil veces las había visto y había leído las dedicatorias de los actores gringos "Para Martínez, y para todos los bohemos de la Bodeguita , un abrazo" "Besos para mis admiradoras" "Cuba, la tierra más bella que haya visto jamás", Pero esta noche, las volvía a leer como si fuera la primera vez que se sentaba en una de aquellas bancas altas, de patas delgadas frente a la barra ancha, de pura madera de La Bodeguita.

     No pasan diez minutos y la puerta se abre de par en par, entra el sombrero alado y otros hombres, alguno le parece levemente conocido, pero no quiere mirar mucho para no llamar la atención. Se sientan en la parte del fondo, La Bodeguita no es muy grande, pero a esa hora siempre hay mesas vacías y si no, Martínez se las arregla para encontrar mesa y espacio. Se sientan, piden, ordenan comida, cerdo, papas fritas, arroz congrí, como llama Marcano a la especialidad de la Casa, y hasta se pone bravo afirmando que así es como llaman en su pueblo, Guantánamo, a esa delicia de arroz cocinado en la misma agua de los frijoles con masitas de puerco, chicharrones y que en el menú de La Bodeguita aparece  como "moros y cristianos"

     No hay problemas, se ha atemorizado por gusto, esos hombres andan de fiesta, seguro que ahorita llegan las mujerangas a acompañarlos.  Termina su mojito,  se despide desde lejos de Martínez y sale de nuevo a la calle, ahora más solitaria , sólo algún borracho y  una pareja de gay que aprovechan la noche para darse besos en plena Plaza de la catedral.

     Sofía Sale despacio, pero una vez que está a salvo entre las columnas coloniales, apura el paso, no mira hacia ningún lado. Va  repitiendo  la clave, bajito,  para ella misma. Llega a la esquina del Callejón, no siente pasos, no siente nada, todo absolutamente en silencio. Alguna ventana se cierra de golpe y las pocas luces de casas cercanas se apagan.  Dobla cautelosa, pero firme en el  Callejón del Chorro, una calle ciega, con una sola entrada, es lo que no le agrada.  Allí a sólo unos pasos está la puerta maciza, de cedro, grande y con la aldaba esperando la clave. Allí está Fernando, la abrazará y ella se sentirá tranquila.

     Segura de que nadie la sigue, va contando los pasos uno…dos…tres…cuatro…cinco… dos más y ya está en la mismísima puerta, una puerta que da a la calle directamente, sin portal, sin rejas, levanta la aldaba y da los toques acordados: tres seguidos y cuatro de dos en dos. Sus palabras le suenan lejanas con la clave SONGOROCOSONGO SONGO ES…  No acaba de decir las palabras cuando al fondo de la calle, un buick negro enciende sus luces y la dejan a ella en medio del escenario. Ella acostumbrada a luces y espectáculos, tiembla ante las luces del buick. Inmediatamente ve al hombre del sombrero alado a sólo unos pasos de ella, por la esquina abierta del Callejón asoma un  odmosbile también negro, impresionante,  con las luces prendidas. Quiere reaccionar, gritar para que no abran, para que Fernando no se asome a la puerta, para que Arsenio no la regañe…piensa en Marlon, no la perdonará nunca que se haya dejado sorprender…quiere avisar, quiere gritar, alertarlos "¡no abran, coño!"…  pero no puede… es tarde… demasiado tarde.

     Una mano de hierro la arranca del piso, la empuja a uno de los autos oscuros, ella ve todo como si no lo viera, escucha como si los gritos se perdieran en el espacio, como si los disparos fueran silenciosos, todos se mueven en cámara lenta,  el mundo ha quedado suspendido  de un clavo.  La pesada puerta se abre. El Callejón del Chorro es ahora una cueva negra de luces encendidas, una ráfaga de ametralladora colorea la camisa blanca del hombre que cae tendido en la acera   Es Fernando… es él…  "no…no… mi Fernando, no…" Ella quiere correr hacia él, gritar, abrazarlo, decirle que ella no quería, que ella no pudo evitarlo, pero no puede, la mano de hierro le tapa la boca y sólo  ve, porque no escucha nada, ve los movimientos, los hombres que se bajan de los autos negros, ellos también todos vestidos de negro, disparan,  pero ella no escucha nada, no escucha un solo ruido, es como si viera una película sin sonido. Allí está el hombre del sombrero alado, sólo ve el sombrero, no puede ver la cara del hombre, ve su mano que se alarga, su dedo que señala y el sombrero que sube al odmosbile oscuro, que arranca y se pierde en la noche. Luego es Miguel, se asoma al portón y dispara su pequeño revólver, su camisa se vuelve roja y cae.  Quedan allí tendidos, Fernando, Miguel, Marcial, Valentina… todos han disparado, y con sus disparos hacen que los hombres de negro también caigan ensangrentados al piso, pero ellos, sus amigos, su Fernando… ellos  van cayendo de uno en uno y quedan en la acera.  Y ella no puede correr hacia ellos, la mano de hierro en su brazo, en su boca para que ella misma no pueda oír sus desesperados lamentos. Tiros van, tiros vienen. Ahora todos se mueven muy lentamente, no hay ráfagas de ametralladoras, no hay disparos.  Los hombres de traje negro  han logrado entrar a la casa, ella mira queriendo no ver, y ahí están los demás, ahí están: Arsenio,  Manuel,  Gloria, ensangrentados, a empujones van saliendo todos, salen con las manos en la cabeza, gritan  "Estamos vivos…", "nos llevan".  Ella sabe porqué gritan, para que los vecinos sepan que ellos salieron vivos de la casona del Callejón del  Chorro y ella quiere también gritar que ella está allí, que se muere, que no  puede moverse…  Los meten a patadas en el buick negro. Alguien con la metralleta en alto dice "Falta uno, carajo…. Hay que buscarlo" Sí, falta uno… Y ella se pregunta, y se preguntará el resto de su vida  "¿Y cómo saben ellos que falta uno….cómo pueden saberlo, coño?"  Y entran y salen de la casa, muchos hombres vestidos de negro, como si se hubieran multiplicado, pero  no encuentran al que falta, sigue faltando uno, siempre seguirá faltando uno, por suerte. Los hombres de negro heridos  suben a un chevrolet también oscuro que ella no había visto, que no sabe de dónde salió.  Arranca el auto donde está ella, y los otros los siguen, salen todos del Callejón del Chorro, la caravana de autos negros anda de prisa y se pierde en la oscuridad de la noche.


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CAPÍTULO –  1 (De su novela inédita
Caso Tropicana
)


UN SOMBRERO ALADO
Rebeca Ulloa