Sola de pie sobre su alma


La luz espera sola de pie sobre su alma

presionar el botón que encienda la jornada,
espantar los restos de las murmuraciones
y avistar el brillo dormido en la cuna de la aurora.

La luz espera sola de pie sobre su alma
calmar la sed, rodar en multitud
llenar el mundo, bajar
a los barrancos de la noche,
hacerse inmensamente piel
inmensamente grito,
estampido de esa otra inmensidad detenida
en el embalse de sus precipitaciones.

La luz espera sola de pie sobre su alma
avanzar en el bosque del recuerdo,
en la prolongación de la huella,
sorber la longitud,
sembrar de transcursos, de almas florecidas y fragantes
sus espacios bajo un verde sosegado de luciérnagas
con el conjuro del cielo destilándose
por donde brotan sin temor las palabras que no han muerto
y los mendigos del crepúsculo
vagan en éxodo inconmensurable
con sus chaquetas vencidas por el paso del domingo
buscando caridad en los portales calados de penumbra.

La luz espera sola de pie sobre su alma
regar en los contornos de la perpetuidad
la rosa del día con sus pétalos de albor
abriendo en abanico los espacios
al impulso de los ojos hacia las ventanas,
hacia las veredas en que la dama del retrato
pasea a los cachorros del amor por la avenida
azul tranquilo de otro tiempo.

La luz espera sola de pie sobre su alma
estremecerse sin mentir, librar
el timbre atesorado en el bargueño de la opacidad,
en el oscuro corazón de los relojes,
en el derecho de habitar de nuevo
los ríos caudalosos de las viejas tertulias,
de hurgar en los arcones repletos de galápagos
anudando la lentitud en el andar de la palabra perdida
en los quietos aposentos de la anuencia.

La luz espera sola de pie sobre su alma,
abrir el corazón al murmullo de los árboles
ahora desplegados fantasmas de cortinas huecas
que ondulan con la brisa que preludia el otoño
con un timbre imprevisto, con la solemnidad
del evangelio y de las preces cayendo en el presagio
como esa agrietada visión que tiene a veces el ojo del destino.

La luz espera sola de pie sobre su alma
la plaza boquiabierta que reciba sus palomas
con hospitalidad de señora de casa,
la fuente amena y rigurosamente
injertada a un chorro de esperanza
a la intemperie de la estatua con el índice quebrado
que señala el derrotero por donde para siempre
ha partido la calle sin sonrisa…, espera
el clímax del fulgor de las vitrinas del verano
atadas a sus playas de soles implacables.

Espera la luz, espera siempre
ahuyentar el desastre de todos los destierros,
encontrar lo que queda de la diástole
lo que cae sin ser visto desde las estrellas
hundir su brazo de de jaspe abrillantado
en el estanque de las horas,
dragar los impulsos de las evocaciones…

Pero hay una la elipsis del destiempo
que no guarda piedad por los que sufren,
las ramas de los árboles se descuelgan
por el frontispicio de los ojos
y una mano extraña, sin calor,
como de aposentos vacíos,
estrangula el desembarco de la luz.


María Eugenia Caseiro





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