Loba
He olvidado cerrar una casa lejana, una puerta.

La loba existe pues la miran
impaciente espera un bosque pequeñísimo,
las entrañas que nombran a la extranjera.

En mi cabeza, entre mallas tejidas por herreros de forja
verbos decadentes y un brutal estruendo que
me arranca la lengua.

Mi madre heredó el cepillo lacerante y trenza
la conversación que tenemos una vez cuando hay dinero
en un escalofriante teléfono de ocasión.

Están mis oídos con la letanía de un himno:
fetos inacabados de una tarde de carnaval
calcinan en el banquete a una isla.
Son como muertos animados de venganza.

En las costas de la Mancha, envuelta en un suave papel
la extranjera camina como  barco en horizonte.

Las brumas golpean un vestido en fino hilo bordado
por una anciana que recuerda cuando nací
en ese pueblo de la colina, de una isla perdida
a jamás en la ausencia de mundo.
Margarita García Alonso, "La Extranjera", óleo sobre lienzo
El náufrago del planeta azul

El Atlántico borda la frontera entre la luna y la lluvia,
liberadas las aguas, mayúsculas e incomprensibles algas
ahogan los antepasados.

Rocas, suelos, cuerpos desmembrados
se someten a la fricción de los vientos
a las olas que persiguen su caer, su levantarse,
su ciclo interminable hacia la niebla.


Magnetismo de agua en la infinita ausencia.
Vastedad y frío extremo del azul.


El hombre navega negligente la plegaria,
cruza el abismo de mareas con la experiencia de niño
frente a ese aire que canta antiquísimos
consejos y golpea  al hereje.

Dispensado de egoísmo el naufrago ve en el mar
azarosos viajes, turbulentas correrías de peces,
dentelladas sobre el cuerpo y la pesadilla del continente,
donde todos no llegan, donde el agua es negra y la arena
gruesa como puño  y las grutas sedientas de humanos...

En el lecho oceánico, cierto náufrago queda,
fingiendo ser roca, sintiéndose isla
cuando es carnada, al abandono el ojo cristalino,
la mano desvastada, y el ronroneo del mar al atardecer
Margarita García Alonso, "Yemayá", óleo sobre lienzo
Casa de muñecas

La última  muñeca ha perdido la cabeza.
Los habitantes de esta casa cosechan una TV enorme.
Escuchan a los guerreros batallar por un puesto
opaco y lúgubre en la garita del mediodía.

Muñecas y hombres cooperan sin éxito,
cuando me voy a desafinar la rabia
a comerme el celaje de la luna.

Es genético, en mi no hay ojo de hombre,
estoy seca de parir cáscaras.

Irrefrenable el símbolo existe cuando aporta
consuelo, y mi cuerpo abortado desconfía
del engendro plástico donde deposito la mano.

Nadie vendrá cuando desespero, acunando
a las muñecas destrozadas que corren
por el pasillo y sueñan.
Margarita García Alonso, "La furia de vivir", óleo sobre lienzo
Isla
I
Isla nacida de un contratiempo de amor
acunada entre algas, peces, el ruido de ancianas memorias
y olores que nombran las cosas.

Una isla en tempestad de arenas, prisionera del mal ojo juega
en el único lugar donde todo está perdido:
las alas de un pájaro que cree en los milagros.

Candida voluta que recorre los ríos subterráneos
fulminada por las guerras y los conflictos iniciativos.

La espuma, el verde de los árboles
y su miedo, su hambre en el vientre.
Rudos días donde entra al paisaje, al vértigo
de isla perdida entre las olas.

Mi terrible hija, mi mujer abandonada,
mi isla de insomnios, despeinada
zozobra entre bestias que horadan su vientre
en la inerte laguna.

En el ojo negro de la tempestad
la palma real roza la nube asustada, huérfana,
que viene de lejos, buscando protección.
Caricia que hiere las entrañas
de quienes pierden el camino entre celajes.

Yo te abandoné. Partí en el humo de un  Habano,
y soy habitante de un cuerpo que gravita en el abismo.
Fragmento de naranja en el luminoso día pueda
mi isla navegar sin lastre los sueños locos.
Margarita García Alonso, "Humanité huile", óleo sobre lienzo
Music: Bamboo, "Desert"