La ninfa inconstante

Guillermo Cabrera Infante, 2008
Novela. Ed. Galaxia Gutenberg. 283 págs.




El título alude a The Constant Nymph, una vieja película (1943) protagonizada por Joan Fontaine y Charles Boyer. Esto es sólo el inicio de un cúmulo de referencias cinematográficas, como es ya costumbre en los textos de Cabrera Infante.

El prólogo y lo que parece ser el primer capítulo (sin numerar) es una larga y tediosa disquisición sobre el tiempo, la memoria y la vida.

El juego de palabras, el más famoso y distintivo trademark de este autor abruma hasta el cansancio. Trae por los pelos un alud para un laúd, un Damasco con el solo propósito de contraponerlo a Damas y asco, y un detesto para un de texto. Por citar sólo tres ejemplos. La mayoría, totalmente forzados. Y los intentos de ingenio o de gracia, también tan comunes en su obra, son todo lo contrario a la inconstante ninfa: son tan constantes que hastían. En la página 26 encontramos este pujo: No me fijé bien cómo estaban vestidas pero supe que eran mujeres porque vi sus faldas- aunque bien podrían ser otros tantos escoceses. Y en la página 28, esta frase que es un horror: Al fondo, el Malecón era un telón pintado de recortado que se veía el paisaje marino. Y en la 30, esta otra: Pero su sonrisa, de este lado del mar, era como una espuma rompiente de sus dientes, más allá de sus labios gordos.

La charla inicial con la ninfa que el autor acaba de conquistar es insufrible. El lector espera que en cualquier momento la muchacha se eche a correr y deje plantado al pedante Casanova. Parece que el autor lo reconoce y hace decir a la joven: me apabullas con tu vocabulario; y más adelante: me apabullas con tu ciencia. Y apabullado queda también el lector con la repetición y monotonía de esos petulantes y gastados ardides literarios.

Y es tal el abuso de citas en francés y en latín, que la ninfa le reprocha: Me tumbas con tu erudición. Y unas líneas más abajo: Ahora me aplastas con tus latines. Con el agravante de que Estelita, hasta ese momento descrita como una adolescente inculta y hasta bruta, era incapaz de haber usado la palabra «erudición» y, mucho menos, de identificar «latines». Además, pone en dos ocasiones, en boca de la muchacha ¿Cómo así?, expresión ajena al habla normal del cubano.

Hay disquisiciones, digresiones y explicaciones que se apartan, sin la debida justificación, de la línea narrativa. Dos ejemplos: el trazado, definición y nomenclatura de las calles de El Vedado; y la inserción de una de sus viejas críticas cinematográficas.

En resumen, esta es una novela aburridísima e intrascendente.


Juan Cueto-Roig



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