DEJAD EN PAZ A LOS MUERTOS
José María Cepeda


Hace unos años, un buen día recibí un email de una remitente desconocida que se me presentaba como enviada del Ministerio de Cultura cubano. En dicho correo, la desconocida me hablaba de un ambicioso proyecto auspiciado por las autoridades de la Isla consistente en intentar por enésima vez el traslado de los restos de Gertrudis Gómez de Avellaneda desde Sevilla a su tierra natal. El traslado, según me aseguró la señora en cuestión en posterior entrevista, iría acompañado de unas jornadas en la Universidad de La Habana sobre la obra de la Avellaneda así como del rescate de los originales de las Cartas que Tula dirigió a mi tatarabuelo, Ignacio de Cepeda, que estaban, y siguen estando, en ignorado paradero. La idea, que he de aceptar que en un primer momento me sedujo, no tanto por el traslado de los huesos, sino por la oportunidad de dar a conocer a sus paisanos mi visión sobre la escritora , al final quedó, como tantos proyectos, en nada, no sé si por falta de fondos o por inconstancia de voluntad política.

Ahora, de nuevo, corren rumores en Sevilla de otro intento de traslado, tal vez promovido por las mismas personas o quizá por otros.
Sin entrar aquí a juzgar el espinoso tema de la "cubanía" de la Avellaneda, asunto sobre el que se han vertido auténticos ríos de tinta, hay una cosa que para mí resulta diáfana: Cuba, en la época en que vivió Tula, era parte indisoluble del territorio nacional español, la perla más preciada de su marchita corona colonial, al igual que para los griegos clásicos lo era la Magna Grecia.
Así pues, creo que no cabe aplicar a Tula el adjetivo de "cubana" a secas, sino, en todo caso, el de hispano-cubana o, si lo prefieren el de cubana-española. Como argumentos adicionales para mantener este criterio podrían sumarse su ascendencia peninsular por línea paterna, el hecho de que la mayor parte de su vida adulta la vivió en  España peninsular y que fue allí donde escribió prácticamente toda su obra y en donde vivió sus triunfos literarios.

Es absolutamente cierto que Gertrudis amó entrañablemente a su tierra natal y que ello se transluce en toda su producción literaria tanto dramática como poética o novelística. Pero también es cierto que estaba ligada al viejo solar ibérico por algo más que por lazos de sangre, y bien que se lo hicieron saber algunos escritores cubanos cuando fue excluida intencionadamente de "La lira cubana" por Fornaris y otros conspicuos miembros del Areópago. Para ellos, como para otros, Tula era ni más ni menos que "la esposa del Gobernador", con lo cual estaban queriendo decir que su ideología estaba puesta al servicio del poder colonial español contra el cual se debatían los primeros luchadores por la independencia de la Isla. El problema radica en que Tula, en esta cuestión como en tantas otras, tenía divididos sus sentimientos y, honestamente, creo que su ideal, coincidente con el del General Serrano, hubiera sido el de contentar a la burguesía criolla y al pueblo de Cuba en general con una amplia autonomía política, lo cual, tal vez, hubiera evitado o, al menos, retrasado las ansias secesionistas y, en último término, inútiles derramamientos de sangre.

Pues bien, esta contradicción íntima se revela también en sus voluntades póstumas. Si bien es verdad que dejó dicho que si moría en Cuba, que la enterraran allá junto a los restos de su último marido, el Coronel D. Domingo Verdugo, lo cierto es que murió en Madrid y que existe un último testamento otorgado el 27 de agosto de 1872 (unos meses antes de su muerte) en el que se dice literalmente que desea ser enterrada en "la muy noble y leal ciudad de Sevilla", en la tumba familiar, en donde ya descansaba su hermano Manuel. Asimismo, dejó dispuesto que se trajeran de La Habana los restos de Verdugo para que reposaran junto a los suyos.

De todo esto se deduce que, en realidad, tanto daba a Tula dormir el sueño eterno en un lugar o en otro. Lo importante para ella era que el polvo de su cuerpo permaneciera mezclado hasta el final de los tiempos con el del hombre que la acompañó en sus años maduros y que fue, en realidad, el único capaz de aportar un cierto grado de serenidad y de felicidad a su desdichada existencia.

Se ha dicho, yo mismo lo he hecho en esta web, que la tumba de la Avellaneda en el Cementerio de San Fernando de Sevilla es una sepultura sobria y algo descuidada, pero ¿acaso los poetas son como los divos del cine o de la música que requieren tumbas suntuosas?  Creo que sería posible adecentarla un poco pero, por favor, no caigamos en la supina falta de gusto de erigirle un panteón grandioso que ni ella deseó ni aportaría nada a su grandeza como mujer ni como escritora.

La ciudad de Sevilla, olvidadiza como todas hasta con sus grandes hijos, ¿por qué no lo iba  a ser con alguien que no pertenecía a ningún lugar y que se definió a sí misma como "peregrina en la tierra"? Algo se ha hecho, se está haciendo, no obstante, en los últimos años, y bien sabe Dios que no es el régimen de Fidel quien lo ha llevado a cabo, por recordar en Sevilla la memoria de Tula. El Ayuntamiento le ha dedicado una calle de la ciudad, se escriben artículos y biografías sobre ella y otro emérito cubano-español, Frank Calderón, está empeñado en la labor, secundada plenamente por quien esto escribe, de que se ponga una placa conmemorativa en uno de los domicilios en que residió en la ciudad hispalense.

¿Cui prodest?, se preguntaban los latinos. ¿A quién beneficia ahora extraer de la tierra el polvo maltratado de quien tanto sintió y padeció en vida? La respuesta es muy clara: al régimen de Castro, que tan bien ha sabido siempre instrumentalizar el nacionalismo político y, en este caso, cultural y sentimental cubano, para mantener sojuzgado al pueblo de la Gran Antilla.


Gertrudis Indice
José María de Cepeda con su esposa Cristina en la tumba de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Cementerio de San Fernando, Sevilla.
Foto: Frank Calderón
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