​MY SISTER PAMELA GARCIA


​​                                                                                                                                                   Los elfos y sus doncellas
​                                                                                                                                                      saludan a los cansados
​                                                                                                                                                     con un tra-la-la-la-lalle,
​                                                                                                                                                      venid de vuelta al valle
                                                                                                                                                              ​¡Tra-la-la-la-lalle!


                                                                                                                                                                     ​​J.R.R. Tolkien
​                                                                                                                                                         A Grenedis L.Tápanes



​​​​No piensen que si digo o escribo Pamela, con esa enunciación propia de un hombre sentado en una trinchera cual una mata de maíz (a unas pulgadas de su cráneo las granadas de obuses cantan <<mr. boostman look at me…>>, cantan <<this man is an estupid and a lamb>>. El hombre no imagina siquiera que su hijo, el feto Roger Water García, aún antes de que alguien dé un corte al cordón umbilical que lo une al cuerpo de su madre, ha sido condenado por los dioses a pasar su vida extrauterina preguntando ante un muro inacabable <<is anybody outhere?>>) hago referencia, re-fe-ren-cia, r-e-f-e-r-e-n-c-i-a (el énfasis en esta palabra, que no guarda el más leve parentesco fonético con Pamela, es solo para que el lector no la confunda con reverencia, pues siempre he sido, entre los alumnos de la asignatura Reverenciar, el peor entre los peores. En el semigastado pasaje que cuenta Romain Rolland sobre el Duque de Weimar, Goethe y Beethoven, soy el tercero) a los sombreros que lucen las mujeres de las revistas de moda, las que, a mi juicio, lucirían mucho mejor sin estos, sin el vestido o la prenda que exhiben, incluso sin la ropa interior.

​​Pamela no es un exótico sombrero, ni ninguna otra mariconería que se le parezca. Es my sister. A un hombre al que no vimos ni en una fotografía de carnet le debemos el apellido García. Apellido (según el marido de la Kodama, el que murió en un cantón de Suiza, no el actual) de gentes que a lo largo de la historia no han conocido más oficio que el de catador de estiércol.

​​Pame –así le llaman todos– es de un pueblo donde la nieve es solamente una palabra escrita en algún pizarrón para que los escolares de turno aprendan a distinguir los diptongos. Quizás el lector ubique geográficamente a Pamela mucho mejor si dijese que es de un lugar donde la palabra ferryman es casi más conocida que cierta epístola, en la que alguien dice a su madre <<en vísperas de un largo viaje estoy pensando en usted…>>.

​El caso es que my sister descendió un buen día de un <<Boeing>> (todavía me pregunto cómo fue posible aquel milagro, y a mucha gente del pueblo le sucede lo mismo. No falta quien diga que con ese viajecito remuneraron su oficio de abrir las delgadas piernas al viento foráneo. Y si así fuera ¿qué?, acaso no escucharon nunca al viejo Rosskam cuando dijo, con un semblante y una pronunciación que indiscutiblemente pertenecen a un hombre que ha llorado, al día siguiente de que dos policías vinieran por su pequeña Annie Farrell para llevarla a la prisión del Real Paso en Arbor Hill: <<abrir las piernas es moneda de curso corriente en todas partes para la supervivencia…>>) nada más y nada menos que en P-a-r-i-s.

​​My brother queridísimo –decía en una carta– la nieve de P-a-r-i-s me produce más dolor en el fémur que la vez que nos caímos desde la rama más alta de una mata de anón. Estábamos tan alto que si hubiésemos deseado preguntar al cielo, o a los que creen en él, <<is anybody outhere?>>, lo habríamos hecho sin la menor dificultad. Apenas descendí del aparato me hallé ante una cantidad de travestis mayor que la que pudiera haber en cualquier película de Almodóvar. Imagínate, mi herma, me dio por pensar que uno de ellos era Rimbaud, que me esperaba desde hacía ya rato con un ramo de gladiolos sobre las rodillas. Extraños gladiolos aquellos, tal vez fueron sembrados en el mismo campo donde también habían plantado marihuana, y los recolectores recolectaron parejo, y así vendieron sus ramos, por cientos de miles, en todas las florerías de P-a-r-i-s. Imagínate, Rimbaud venía hasta mí, que me venía solo de escuchar sus labios <<oh, cielo, somos tantos los condenados aquí abajo>>, y me preguntaba <<¿te gustaría sentir en tu boquita tropical el sabor de mi lechita francesa?>>

​​My brother –decía en otra carta– sabes que creo sinceramente que más o menos hago lo correcto. Creo en Dios. Saludo la bandera. Me lavo los sobacos y entre los muslos con regularidad (el lector podrá imaginar fácilmente cuál es su libro de cabecera). Alguna que otra vez me he masturbado empleando cuatro dedos de una mano, alguna que otra vez he estado a punto de poner mis venas bajo el filo de un vidrio, sin embargo, si he viajado a P-a-r-i-s no es porque aborrezca la palabra cañaveral, o las palabras cuota de racionamiento; es solo –lo juro– porque no deseo morir sin haberme visto cara a cara con las cigüeñas. Dicen que acostumbran a anidar solo en las torres de las iglesias, lo cual es un misterio que nadie ha podido develar. No se conoce de ningún caso en que hayan fabricado nido en la estación de policía, o en la casa de la Sra. Miterrand, a pesar de que ambos lugares apuntan hacia el cielo, y hacia donde no está el cielo, con sus torres suntuosas. Hace solo tres días (el tres es mi número preferido en el sexo: <<dossucciones+unavigorosapenetración=atresbenditosorgas mos>>) viajé en tren hasta Saint Maur. Este es el único lugar, según dice la prensa –que como en todas partes del mundo, cuenta estupideces y mentiras por montonespilaburujónpuña’o– en el que se puede hallar una colonia de esas aves. <<El último reducto>> según decía la hoja del Le Figaro que utilicé para envolver untar de almohadillas sanitarias. El caso es que en el jodido Saint Maur por poco hago pedazos las suelas de los zapatos que me costaron 15 coronas (15 falos como de mármol, a través de mi obertura vaginal de Shubert, en una noche nada shuberiana por cierto, fue lo que quise decir) sin encontrar el menor rastro de las cigüeñas. Y cuando me disponía a tomar el tren de regreso, no lo vas a creer, al pie de una estatua de un prócer que imagino no sea Fouché, vi una caja que antaño debió servir para transportar televisores o cualquier otro armatoste similar. Tres perros callejeros (el tres es mi número preferido en la consulta de ginecología: <<unamujerconelcuellodelúteroretroverso+ dosdeseosdequedarencinta=tresmierderosembarazossicológicos>>) ladraban sin cesar en dirección a la caja. Y como la curiosidad mató a la gata barcina, me acerqué, no sin temor. Por la ira de los animales, que se adueñaba cada vez más del enturbiado espacio sonoro de la calle, llegué a pensar que la caja contenía un gay o un balsero. La abrí, y no lo vas a creer my brother, una niña recién alumbrada era el contenido. Entre la frente y el gorro de estambre, un papel con el que hacía muy poco debieron haber cubierto algún comestible, decía más o menos así: <<Que Dios te acompañe siempre, Marguret>>.

​​Hasta aquí el lector ha tenido acceso a alguna que otra interioridad de my sister Pamela García. Me despido de él, con afecto y deseos (sinceros, sin duda alguna) de que en el próximo año pueda disfrutar a plenitud de lo que en éste le decomisaron policías ferroviarios, bodegueros y oradores municipales. Suerte, les desea Roger Waters García. Y si me despido del estimado leedor de esta historia, que pocos, muy pocos se dignarían a leer, es solo porque el resto de la misma quizás no posea el morbo necesario para que una historia resulte cautivante:

​​Una mañana cualquiera, mientras releía una epístola de Pame, y esperaba (con ansias que no me sería posible describir) una remesa que prometió enviarme, se detuvo en la puerta de mi casa un sujeto que, por lo impecable de sus vestiduras, supuse que se trataría del hijo de un ministro. Preguntó por la familia de Pamela García. Le respondí que su única familia la constituían una gata barcina a punto de parir, y un servidor. Sin inmutarse dijo ser trabajador del hospitalsiquiátriconacional, y que le enviaban para comunicar, a quien le interesara (<<comunicar a quien le interesara>>, esta frase es de mi cosecha autoral, y si la empleo, es para obviar el esteriotipado lenguaje del sujeto, en mi opinión, propio de quienes acostumbran a besar primero los pies, y acto seguido el miembro reproductor de las instituciones de hielo a las que sirven, con una fidelidad a prueba de balas) que la paciente de la cama número no sé qué cojones (el exabrupto, como comprenderá el lector, no tiene otra función que p-e-r-m-e-a-r, per-mear la oratoria de nuestro Cicerón, que me provocaba cierto malestar, para ser más exacto nauseas, y sobre todo ganas de tirarle la puerta en su mismísima cara, terriblesinmensasganas) sacó filo a un cubierto, se investiga con qué, y se lo introdujo en la válvula mitral… el siquiatra que atendía su caso (cuánta gente atendiendo su caso, primero un ginecólogo, después un siquiatra, posteriormente un Edgar Hoover, es muy probable que hasta los mirahuecos del barrio atendieran su caso), una excelente persona (los policías ferroviaros, los bodegueros, y los oradores municipales también lo son), prohibió a las enfermeras de la sala que le entregaran papel y bolígrafo cada vez que lo solicitase, pues últimamente le había dado por redactar cartas en las que decía encontrarse en San Petersburgo, en Paris…

​​Sigo releyendo las epístolas de my sister, y esperando, como dije, una remesa que prometió enviarme.


(​​​​​Del libro de cuentos Escaleras al cielo, Ediciones Sed de Belleza, Santa Clara, Cuba, 2004)

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José Luis Santos Muñoz. (Santa Lutgarda, Cuba, 1968). Poeta y narrador. Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el Premio Provincial de Cuento <<Onelio Jorge Cardoso>> (2000) y menciones en los concursos <<David>> y <<Eliseo Diego>> (2001). Finalista del Premio de Poesía La Gaceta de Cuba (2004). Aparece en la Antología Tercer Libro de Celestino (Ediciones Holguín (2003).



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