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Peña de los poetas adolescentes
A veces le devuelve la memoria
la sombra cristalina de su antigua ciudad.
Recuerda como se conocieron
a la luz del invierno de una taquilla.
Llevaba pantalones
y el pelo negro de noche se alargaba,
por su espalda y su cintura contenida,
en una trenza.
Ella gritaba soles,
era el amanecer protegido por la luna
entre escuetas señoritas
con faldas y recortes corregidos
y modos distantes de doncellas.
Él esperaba tras sus ojos verdes
a comprar su entrada.
"Violetas Imperiales". Ocho y media.
Cinema La Faràndula.
El recuento de las horas
les llevó al final de la decencia.

No llevaban cruz alguna
ni estampas en los bolsillos,
porque vivían en el credo
de las sonrisas amparadas,
alejados del gris descarrío
del bien y la indecencia.
Cantaron al amor en las ventanas
y al alba maquillaron sus bailes
de charlas matutinas en el café.
Hoy ella está encerrada,
sentada en un regazo de metal,
con las palabras escritas en el viento,
en el aliento consumido
y la piel taciturna entre grietas.
Unas piernas congeladas
la retienen

y unas ruedas añadidas
caminan sus últimos pasos.
Ha comprado una cruz a su inconsciente,
la ha sacado del baúl que guarda
las lecciones infantiles
y la agarra por las noches
ansiando acercarse a Dios
en la gratitud de una cama solitaria
y la noche recogida en duelo desalmado.
Él se fue con el número maldito,
con la mente que se duerme
habiendo recorrido las anchuras de la vida.
Ella espera,
y llora sus misas de sangre
y Giralda iluminada.



Itxaso de Satrústegui, joven poetisa catalana de 19 años, inició su andadura literaria a los doce años, participando con éxito en diversos certámenes literarios. Hasta el día de hoy en que por tercer año consecutivo forma parte del grupo de jóvenes ganadores del premio de poesía José Hierro, promovido por la Feria del Libro de Madrid. Su madre, Eloísa López Guerrero,  es poeta, pintora y activista social, y su padre, Jorge de Satrústegui, es escritor, autor de Memorias de Africa.

La cruz consumida
Itxaso Satrústegui López