Concierto de Navidad

en la calle Desamparados


Karim Fernández regresa llena de condecoraciones y un cuadro en naturaleza muerta, (al dorso, disimulada, en tinta china, la firma de un tirano)

En la habitación contigua a la pared donde coloca el lienzo... hay detalles de las múltiples vidas de Karim: una foto de niña sonriente en el malecón de Puerto Padre, otra de los peligros que la asediaban en las antropofágicas selvas del África. Y una última que habla de la mujer sobreviviente a las carencias cotidianas

Por las noches, cuando no es posible conciliar el sueño, un canto desaforado impide la lectura, la plática y las intenciones de hacer el amor. Desde que el cuadro entró en casa, día y noche es la tragedia, sobre todo en estas madrugadas en que un grillo se convierte en director de orquesta y da inicio a un Concierto, al que se suman las constantes alertas de guerra (su país siempre ha vivido amenazado por las guerras)

Convencida del imposible sueño, en implacable persecución tras los insectos, a una hora puntual, Karim Fernández abandona la idea de dormir. Ella no estudió música, conoce un montón de números del repertorio clásico, pero ignora cual puede ser el tema preferido de los grillos. Tal vez, ahora mismo, están interpretando una célebre sinfonía y ella levanta sus zapatos, lanzándose tras ellos, mas cuando cree que ha dado muerte a uno, éste se multiplica en número de siete

Karim comprende que no todo es malo en el mundo de los grillos, no todas las esperanzas están perdidas y nada podrá contra ese Ejército y su mística encomienda: un Concierto Navideño

Karim descubre que ama a los grillos, que luchará contra los habitantes de la casa en su defensa, al fin y al cabo, ellos son el máximo consuelo, su misión implacable es devorar, letra a letra, detrás de la pintura, el nombre de un tirano.



Gabriel Pérez




Contra esta necedad

Contra esta necedad habrá que darlo todo
La voz. La sangre. El tiempo.  La piel. El roble. La esperanza
Los hijos. Las canciones. El baile. Las ternuras. Los puños
Los sueños. Los últimos zapatos
y sus raspadas huellas. Cruzar con hidalguía
y sin pavura los puentes. Amar los viajes
a ningún lugar. Vencer y redimir las fuerzas más leales. Y las menos
probables. Incluso, aquellas fuerzas que regresen sin manos. Sin pies. Sin rostro
Las almas que enviamos a morir lejos. Muy lejos

Habrá que darlo todo y deshacer tinieblas
u oníricos paisajes. Habrá que darlo todo. Con tal de que las culpas
no sigan anidando, buscando un peligroso país
entre las vértebras. Un atuendo que nunca
llevaremos a gusto. Habrá que darlo todo
La lluvia. El sol. La almohada. Las sábanas. La puerta. Las ventanas

Los salmos. Los conjuros. El parque de la infancia. La calle
de aquel beso que nos hizo felices. Y lloramos. Habrá que darlo todo:
los llanos. Los páramos. Las hachas. El pasado reciente
y el futuro. Dándolo todo, habrá que dar también las dos mejillas. El vino
Las cenizas. El fuego. Las fábricas. Los surcos. La misma libertad
habrá que darla íntegra, aunque la miel 
se pierda en el intento. Habrá que dar los hilos que alguna vez
mostraron la luz al laberinto. Las manos de la madre
avivando la leña. Habrá que dar relojes y muros
Todos los minutos. Contados. Perseguidos. Infames. Maldecidos
Cada segundo donde intente esconderse
el miedo. Cada granulo de arena que se crea mártir. Héroe. Dueño de una ilusión
Una bandera. Una justificada manera de volar
atados de grilletes. Un sable en cuya voz anidan las palabras
que nadie quiere/debe escuchar. Habrá que dar el agua
Alguna flor más tierna que la rosa. Algún jazmín
más blanco que el jazmín sometido bajo tierra. Sin sol
En sed constante. Fugaz. Asustadizo
Desposeído. Dispuesto a darlo todo. Mal jazmín que impregna
las espinas robadas a otras plantas. Miserable jazmín
Traidor una vez más. Inútil. Habrá que darlo todo si antes
no nos sorprende el día del primer paso
en este gran vacío.  Sin nada. Nada. Nada que dar. Sin nada que mostrar. Necios
sobre la tierra nosotros los cobardes. Los ilusos
hombres que pretendían darlo todo. Y hoy, cuando no queda nada
se miran frente a frente
con soledad de siglos
con sangre en la mirada
como estatuarias que aprenden a llorar. Hoy, justamente dando
-como último recurso- los nombres. Apellidos. Números. Coordenadas
más íntimas y prendas del azar
dispuestos, sí, señores, de rodillas
entregando sus legítimas vidas.