El corazón del Rey
(Fragmento)
Félix Luis Viera


En la casa de Magalí había un poema escrito a lápiz y con letra grande en el reverso de la puerta de la calle. Un poema que cuenta la historia  de un negro que vende frutas (o vendía antes, porque ya entonces apenas había frutas que vender). "El negro Juan vende frutas todo el año", dice la primera línea. Es bastante largo, si lo lleváramos a páginas cubriría como cuatro. No tiene firma al pie y ella me ha dicho que allí en la puerta lo escribió durante una visita un poeta amigo de su ex marido; no recuerda el nombre del poeta, asegura. A veces yo me paso un rato inmenso mirando el poema desde el sofá; releyéndolo. He escrito versos que luego he quemado; cuando pienso en enseñarlos siento vergüenza y terror. A veces, cuando he estado un poco borracho o borracho total, le he dicho a ella que cualquier día escribiré un poema que superará a ése que está en la puerta; que es muy bueno sin duda. Por estos días a ella le ha dado por repetir que yo la tengo como un objeto, que ella para mí no es más que un tramo de deleite, una maquinita de goce. Y también por asegurar que yo soy uno de esos tipos que tengo muy bien marcadas dos personalidades; cuánto trabajo me costará llegar a escribir algo que sirva, ha dicho, porque ella lo sabe muy bien, lo ha estudiado: los tipos que tienen dos personalidades tan perfectamente definidas, casi nunca llegan a escribir lo que pudieran, puesto que no hallan el tono, se van del eje de un capítulo a otro, de un poema a otro, o aun de una línea a otra; casi nunca pueden lograr un estilo específico. Y si ella lo sabe bien se debe a  que no es una maestra de literatura cotorra, como otras, que sólo hacen repetir y repetir lo mismo, no, ella sí tiene criterio propio, conclusiones propias, ella sí ahonda, ha dicho. Luego que se me pasa la borrachera me arrepiento, si me acuerdo o si ella me lo recuerda, de haberle dicho que un día superaré a ese poema escrito en el reverso de la puerta. Me falta valor y talento, me digo entonces. Ella está diciendo que esta tarde estoy muy nervioso, más nervioso que cuando me pongo nervioso. Lo que pasa es que vinieron muchos vendedores de contrabando a estar llamando a la puerta, proponían desde estropajitos de metal hasta champú hecho en casa, pasando por aceite comestible, papas, manteca, barritas para soldaduras, flores diversas, huevos criollos, pescado de mar, jugos en conserva, neumáticos de bicicleta, mango macho, blúmeres, caramelos de menta, arroz, tintes para el cabello, ¿de dónde pueden sacar todo esto?, y todo lo traen oculto en jabas, bolsas, catauros, empaques extrañísimos que acaban de ponerlo nervioso a uno. Estos vendedores invaden sobre todo desde ahí enfrente, desde El Condado, y son unos ladillosos terribles, quieren vender de a cojones. Y cuando los veo me recuerdan mi infancia, veo en sus caras signos que me recuerdan los míos. Para más suerte en la mañana terminé de leer una novela de la que no entendí nada, nada, una novela larguísima que estaba leyendo desde hacía días, y no entendí nada. De un escritor cubano del que he leído también unos poemas, que tampoco he entendido. Sin embargo, ahora afirman unos y otros expertos que ése es un escritor grande, que marcará pauta, dicen, que dinamitará los cánones y la historia de la literatura cubana. ¿Cómo no voy a estar nervioso? Si yo no entendí nada y tantos diestros de uno y otro sitio dicen que sí entienden, y que es grandioso eso que yo no entendí. Magalí estaba de "trabajo productivo" en una fábrica, armando cajas de cartón para el embale de las mercancías. Ella no ha leído a ese escritor, pero me promete que lo hará, que le preste los libros, y después me dirá. Llegó al atardecer. Pero esto no termina: me pongo a leer un tomito de entrevistas a escritores de diferentes países que me regaló Robertón y casi todos lo que hacen es, además de hablar de sí mismos, moler una angustia aplastante; aplastante para el que lee, quiero decir. Debe ser por eso que estoy nervioso. Pero no termino: comencé esa novela que ves ahí sobre la meseta del bar, de un escritor francés que nació aquí en Cuba, y es una jodedera monumental, necesité todos los diccionarios que hay en la casa y no me dieron abasto. Y éste sí se comprende, se entiende lo que ocurre, pero es un tipo que escarba y escarba en busca de esas palabras que se han solapado a lo largo de la historia. Digo yo. La novela de este escritor me hizo recordar a la Virgen de la Caridad del Cobre, menciona a la Virgen, y entonces me acordé que la Samaritana anda con un tremendo rollo: quiere ir a pedirle un encargo a la Virgen, me imagino que el encargo sea ése de encontrar a un hombre, ¿un hombre se puede decir?, que de verdad lo quiera, que le dé el amor que dice necesita, y para pedir el encargo a la Virgen tiene que ir muy lejos, a casa del carajo, a Santiago de Cuba. ¡Como está el transporte de pésimo, ¡¿me entiendes?! ¡¿Cuánto puede costar un viaje así con los choferes clandestinos?! ¿Cómo no voy a estar nervioso entonces? Y dicen varios escritores del librito de entrevistas: escribir mata, escribir es morirse lentamente día a día, apuñalarse a fuego lento diariamente, desangrarse con alfileres, es un camino perdido que no queda otro remedio que enrumbar porque uno está loco, y los locos no tienen culpa de su locura, ¿me entiendes?, más o menos eso responden algunos de esos escritores. Claro que uno tiene que estar nervioso con esos vendedores pertinaces y todos esos desastres de las lecturas de hoy.  Si vas a ser poeta, si vas a ser escritor, lo serás, no te desesperes, dice Magalí, claro que con muchos sacrificios, muchas lecturas, muchas cohibiciones, muchas, y creo que es verdad lo que dice esa gente: es una profesión impagable, es cierto, pero oye, tienes que resolver eso de la doble personalidad tan acentuada. Porque los hombres son los que mandan, agrega, son los que tienen el poder, tienen el falo, son los que penetran, por eso mandan, desgraciadamente, son los que engañan porque tienen el falo, son los que engañan porque son los que atacan, los que toman la iniciativa, la ofensiva, y el que ataca, el que convida, el que propone, el que se muestra, es el que tiene la ventaja para engañar, desgraciadamente para nosotras las mujeres, que somos las penetradas, las que quedamos a la expectativa, es así. ¿Pero a qué viene eso ahora, Magalí, si estamos hablando de otro asunto? Es que ya casi nunca podemos hablar con calma, amor, son detalles que se me quedan, que no puedo hablar con nadie, que a veces comienzo a conversar contigo y se quedan truncos, lo que quiero decirte es que por eso la mujer nunca es culpable, por muy infiel, por muy ingrata que se las venga a dar al final, nunca es culpable, siempre es la engañada, siempre ha sido la engañada desde los prolegómenos, desde que un hombre se le acercó y le dijo la primera frase de amor aparente, ¿comprendes, amor?, ésta es la cultura occidental, es así, y si te digo esto es porque varias veces me has hablado del asunto y mi opinión se ha quedado en el tintero: una mujer nunca te va a engañar, ya tú la engañaste antes, siempre la has engañado, aun antes de conocerla ya la traicionaste, ¿me explico?, ¿sí?, porque las mujeres somos muy tontas y podemos creer que estamos engañando, pero según las ecuaciones de esta cultura lo que hacemos es engañarnos cuando creemos que estamos engañando a uno con otro, cuando entonces, en realidad, nos están engañando por partida doble, ¿ves, amor?, lo que quiero decir es que la mujer, por muy perversa que pretenda ser, siempre es la buena, desgraciadamente no tiene posibilidad para ser la malvada del cuento, ¿me explico?  No, no entiendo, no entiendo nada, coño, qué filosofía te traes, Magalí, ni quiero entender, si es que estoy hablando de otro tema: es que si sabes que estoy muy nervioso por todas las causas que te he dicho, ¿por qué ahora, exactamente ahora, vuelves con eso de que te tengo como a un objeto, de que  en verdad te puedo querer mucho, pero como se quiere a un objeto?  Ella se levanta y toma de una de las gavetas de la cómoda un carné rojo con la forma de una libreta pequeña: es que por principios quiero mantener éste, dice acercándose y mostrándomelo. Es el carné que la acredita como miembro del Partido Comunista de Cuba. Oye, qué firma tan sencilla para un hombre con tanto poder, digo refiriéndome a la firma de Fidel Castro que está en el carné. No debí sonreír con ironía al decir esta frase, dice ella, el Comandante en Jefe Fidel Castro es por derecho propio el Máximo Líder de la Revolución socialista y merece respeto. Ya ella me ha soportado demasiados improperios contra la Revolución y el Comandante en Jefe, agrega, siempre con la esperanza de que yo, ojalá más temprano que tarde, comprenda las virtudes de la Revolución socialista. Por eso se molesta cuando presiente que yo la amo como a un objeto, dice, eso significaría que no tendré intención en "arreglar lo nuestro", ¿no he pensado yo en lo fabuloso que sería vivir juntos legalmente?, es que con esta relación tan ambivalente que llevamos todo está en peligro, ¿acaso no me ha repetido suficientemente que la moral socialista está por encima de todo y un día ella se verá obligada a decidir?, ¿no se ha cansado de repetirme que como militante del Partido ella tiene que ejemplarizar? ¿Cómo es posible que esto no me ponga nervioso y sí otras cuestiones?, pregunta luego de poner el carné en la mesita de noche y se queda mirando hacia el techo y pone una mano en mi vientre. Cuando llegó del "trabajo voluntario" yo estaba en la cama, pensando en las razones que me habían hecho pasar el día tan nervioso. Ella me saludó desde lejos argumentando que venía muy sudorienta y polvosa y se metió en el baño; pero hace días que el agua no corre por las tuberías permanentemente y yo tuve que ir a llevarle un cubo que tomé de un tanque para reserva que hemos conseguido. Salió del baño envuelta en una toalla, se metió en la cama y lanzó la toalla sobre la banqueta de la cómoda. Ya está bastante oscuro y prendo la luz de la mesita de noche. Aunque parezca serenísimo ahí acostado en la cama, ella me conoce bien, dice, y sabe que esta tarde estoy muy nervioso, ella me conoce bien, repite: tengo dos estadios de nerviosismo, uno evidente, medio patético, cuando aun me brinca el párpado del ojo izquierdo; el otro como ahora, una angustia que, como en calma, me anega, es el peor. Dice ella dejando de mirar al techo, poniendo sus labios en mi hombro derecho: dale, vamos, antes de que vengan Elva y Amarilis y sus maridos, que ya no deben demorar. Ya no te volveré a hablar de ese poema del tal "Negro Juan", le digo, porque he notado que cada vez que lo hago tu desvías la conversación, creo que tú, como yo, temes que de mis manos nunca salga un poema servible como ése escrito en la puerta, le digo sacándome los calzoncillos. Antes de que vengan Elva y Amarilis, reitera ella, una descarga de semen te calma los nervios y la melancolía, yo lo sé, es así. Me acaricia el pene de arriba abajo, luego sólo el bálano, con suma delicadeza, como si sus dedos más bien estuviesen exhalando en lugar de tocar. Luego masajea unos segundos como para una masturbación y a seguidas aplica la boca en el glande, lame, se introduce el pene en su boca hasta donde le es posible, y succiona, relame mientras con una mano no deja de masajear en la base. Yo me reclino y apoyo la espalda en la cabecera de la cama, oye, Magalí, a veces siento que me paso la vida diciendo disparates, ¿tú crees que sea así? Es que están al llegar Elva y Amarilis y sus maridos, responde ella mientras se pone a horcajadas, perpendicular a mi vientre. Agarra mi pene de la misma manera que quien toma un cuchillo para apuñalarse. Miro sus ojos negros, que se hallan entrecerrados. Su piel morena chasquea en la semipenumbra. Se clava. Penetrada en esa postura, como si cabalgara, con el frente hacia mí, hay solo una palabra para definir el movimiento que lleva a cabo: relampaguea.




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