Mujer judía ¿quién conoce tu vida?
Mª Encarnación Varela Moreno


Así comienza un largo poema del escritor Yehuda Leib Gordon, ruso del s. XIX y uno de los primeros que levantaron la voz por la igualdad de derechos de la mujer en el ámbito del Judaísmo.Ser mujer en el seno de una religión monoteísta no es tarea fácil, ya que estas religiones (Judaísmo, Cristianismo e Islam) proceden de un ambiente patriarcal donde las mujeres, en el mejor de los casos, son consideradas "menores de edad", por no decir de una especie inferior al varón. Aunque en los tres grupos se han dado pasos muy positivos en la corrección de estos criterios esos pasos han sido lentos, de años y de siglos, y todavía no se ha logrado plenamente una igualdad.No hay que hurgar demasiado en los textos sagrados de las tres religiones o en las opiniones de sus sabios más representativos para encontrar "perlas" como éstas:

"Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las mujeres a sus maridos […] porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia […] Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo"  (S. Pablo, Epístola a los Efesios 5,21-24).

"Los hombres están por encima de las mujeres, porque Dios ha favorecido a unos respecto de otros…" (El Corán 4,38/34).

"Gracias, Señor, porque no me hiciste esclavo, porque no me hiciste mujer…" (Oración del Siddur hebreo que el varón debe rezar a diario).

Sobran los comentarios.

La tradición religiosa judía respecto a la mujer

El Antiguo Testamento dice muy poco sobre los derechos específicos de la mujer, más bien en sus textos se asumen unas costumbres aceptadas en las distintas épocas en las que surgieron dichos textos.El Talmud, comentario a la Ley Oral judía y verdadero código de jurisprudencia rabínica que data de los primeros siglos de nuestra era, subraya los derechos de la mujer en áreas tales como las relaciones matrimoniales, y hace una cierta distinción entre los roles de ambos sexos. En general, los rabinos vieron a la mujer como intelectualmente inferior, con una orientación hipersexual y motivo de lujuria y tentación para el hombre.

Hay una historieta (haggadá) sacada del Talmud (sin pretensión de ley pero sí para ilustrar) que tendría su gracia… si no fuera por lo que representa. Cito de memoria:
"¿Por qué hizo Dios a la mujer de una costilla de Adán?
Si la hubiera sacado de la cabeza, sería orgullosa y altanera.
Si la hubiera sacado de los ojos, sería fisgona.
Si la hubiera sacado de la lengua, sería chismosa.
Si la hubiera sacado de los pies, sería andariega….
Así es que la sacó de la costilla. Aun así, la mujer tiene todos esos defectos".

La sociedad bíblica era polígama y existía el divorcioget). Cuando un hombre quería separarse le daba a la mujer un documento de divorcio (Deuteronomio 24,1-4). No se dice  ni se contempla el caso de que fuera la mujer la que quisiera el divorcio en contra de la voluntad del marido. Las leyes más elaboradas proceden de la época talmúdica y siguen esa misma línea. El get lo da siempre el marido.

Otro asunto originalmente discutido en la Biblia y elaborado posteriormente en el Talmud es el adulterio.
En la Biblia el adulterio ocurre cuando una mujer que está casada mantiene relaciones con cualquier otro hombre (Levítico 20,10). El hombre no se considera que cometa adulterio, a no ser que sea con la esposa de otro hombre. De ahí que si un hombre casado mantiene relaciones con una mujer soltera no sería adulterio, pero sí una falta que requiere una solución: se casa con ella y paga una cantidad de dinero al padre de la joven por haberla hecho perder su virginidad (Deuteronomio 22,28-29).

La poligamia fue abolida a comienzos del s. XI cuando el Rabí Gershom de Maguncia emitió una takaná (disposición) al respecto. Esta takaná fue aceptada por la comunidad ashkenazí (judíos de Europa Central y Oriental) pero no por los sefardíes; poco a poco se fue imponiendo también entre las comunidades del sur. Hay una hermosa novela del escritor israelí A.B. Yehoshua, Viaje al fin del milenio en la que se plantea esta problemática. Hasta el s. XX persistió incluso la poligamia en áreas muy restringidas entre judíos que vivían en países musulmanes.

Otra cuestión sometida a discusión es la herencia. De nuevo la legislación bíblica da por supuesto que la herencia va de padre a hijo, no obstante, en casos de un padre sin hijos varones se permite a las hijas heredar la tierra para que ésta no pase a otras tribus (Números 27,1-11). En la época talmúdica, cuando ya no se trataba de heredar tierras, los rabinos permiten ciertos bienes a las hijas para compensar la posible injusticia con respecto a los varones. Quizá la cuestión más controvertida del judaísmo con respecto a la mujer sea la concerniente a las leyes de pureza (niddah). En el Levítico (cc.12-15) se dice claramente cuándo una persona es considerada ritualmente impura. Esta palabra no implica limpieza o suciedad, sino la aptitud o no aptitud para acercarse a Dios y/o participar en ciertas obligaciones rituales. Entre las cosas que constituyen impureza están: el contacto con personas o animales muertos, algunas enfermedades de la piel, emisiones de pus o semen y la menstruación de la mujer. Si ocurre alguno de esos casos la persona tiene que separarse de la comunidad y purificar su cuerpo con un baño ritual (mikveh). Durante el tiempo de la impureza no le está permitido tener contacto con otro miembro de la comunidad ni aproximarse a lugares y objetos sagrados.

Estos principios simples e incluso primitivos han sido interpretados, y a veces mal interpretados, por las distintas comunidades, y se han sacado consecuencias muy lejanas a su origen y contexto. Por ejemplo, en las comunidades de judíos Ortodoxos la mujer no puede subir al estrado a leer la Torá (lo cual es un privilegio). Esta negación está basada, o bien en que puede tener sus "días impuros", o que es objeto de distracción sexual, o también en el principio talmúdico de kavod ha-tsibbur (honor de la comunidad), un principio que implica que llamar a una mujer a leer la Torá podría llevar a los asistentes a creer que los hombres carecen de educación o aptitudes para ello.La separación de hombres y mujeres en las sinagogas fue una práctica muy común, al mismo nivel que en el resto de la sociedad. Yo todavía recuerdo que en mi infancia asistía a las iglesias donde se dedicaban unos bancos a los hombres y en el otro lado otros bancos a las mujeres. Nadie osaba equivocarse de lugar.

Llegamos finalmente a las mitzvot (preceptos), la esencia de una vida judía observante.La Biblia establece que las mitzvot son leyes divinas que cada uno debe enseñarle a sus hijos (Deuteronomio 6,8). Estando este mandato escrito en hebreo, idioma que, como el español, carece de una palabra neutra para "hijos e hijas" (como sería en inglés "children"), y en una sociedad donde posteriormente se considera inferior a la mujer, el mandato se interpreta como "hijos varones", excluyendo a la mujer de ese aprendizaje. El estudio de la Torá por tanto se limitó a los hombres. Hubo quienes enseñaron a sus hijas, o porque no tenían hijos o porque consideraban que se refería a hijos e hijas. Recordemos al respecto la película Yentel, basada en un cuento de Isaac Bashevis Singer. Había por otra parte una realidad social: las mujeres estaban ocupadas con la casa, los hijos etc., por consiguiente estaban dispensadas de ese estudio, si bien hubo mujeres, aun en las épocas más oscuras de la historia, que asumían esa ocupación adicional, como es el caso de Dulcie de Worms, asesinada en las Cruzadas en 1213.

En cualquier caso la condición de la mujer cambió según las circunstancias de su entorno, las distintas zonas en que habitaban los judíos y la influencia que en cada lugar ejercían filósofos y rabinos de prestigio. Hoy día, aseveraciones como las de Maimónides en el sentido de que las mujeres no deben asistir a los oficios comunitarios aún están vigentes en algunos lugares. Generalmente, cuando la sociedad circundante favorecía a la comunidad judía, como en el Egipto medieval, o en la Italia renacentista, o en Inglaterra y América en el s. XIX, las mujeres tenían más libertades y derechos. Donde los judíos eran más pobres y estaban más oprimidos, como en los países árabes después de la caída del Imperio Otomano, o en la Edad Media Europea, las mujeres judías tenían menos ventajas.

Algunas figuras femeninas relevantes a lo largo de la historia

Aunque estas líneas generales eran lo usual, se conocen nombres y hechos de mujeres de gran relevancia en la vida de la comunidad e incluso fuera de ella. El hecho de que se las señale de un modo especial indica lo excepcional de esos casos. Mencionaré algunas representantes de esas mujeres pertenecientes a distintas épocas y que ejercieron diversas actividades.

En la Biblia nos encontramos ya mujeres que jugaron un gran papel, como las matriarcas Sara o Rebeca, que a su manera cambiaron el rumbo de la historia (véase Génesis 21 y 27), mujeres que ejercieron de juez, como Débora (Jueces 4), profetisas como Hulda, que fue consultada por el rey Josías (II Reyes 22,14-20) y algunas otras.

Hablando ya de la mujer judía bajo la legislación talmúdica nos encontramos una muy interesante, Bruria, esposa de Rabí Meir e hija de Rabí Hanina ben Teradion. Nacida y educada en una familia de rabinos en el s. II d.C., se hizo célebre por su sabiduría y rectitud, y es la única mujer en la época talmúdica cuyos puntos de vista fueron considerados seriamente por los estudiosos. Se le permitió estudiar, fue maestra en la Academia y parece que gracias a ella su esposo R. Meir fue un hombre tolerante hacia la participación de las mujeres en los estudios considerados tradicionalmente masculinos.
De ella se cuentan muchas historias, la más famosa es la referente a la muerte de sus dos hijos. Ambos murieron repentinamente en Shabat y Bruria no se lo comunicó al marido para no perturbarle la paz del día sagrado. Cuenta un midrash que al terminar el día festivo le dijo a R. Meir: "Hace tiempo una amiga me confió algunas joyas para que se las guardara y ahora quiere que se las devuelva ¿debo hacerlo?".

-Por supuesto, contestó R. Meir, las joyas deben ser devueltas.

Bruria lo llevó hasta donde yacían sus hijos sin vida. Cuando él se estremeció y se lamentaba, ella dulcemente le recordó: "¿No dices que debemos devolver las joyas que se nos han confiado? El Señor nos los dio y el Señor nos los ha quitado. Bendito sea su Nombre".

Unos siglos después, en las montañas del Atlas encontramos una extraña mujer en una de las más poderosas tribus judías que habitaban la zona del Magreb cuando los musulmanes se extendían hacia el oeste para conquistar el Norte de África. La Kahina, como se la conocía, fue una brava líder que se enfrentó a los árabes conquistadores, reunió a grupos judíos y cristianos y hostigó y guerreó contra los árabes obligándoles a replegarse en las montañas del Atlas. Durante cinco años mantuvo a raya a los conquistadores ganándose fama de heroína (para unos) y de cruel (para otros) hasta que cayó en una batalla cerca de un pozo que todavía se llama Bir al-Kahina en memoria suya.

En otros lugares de Europa  hubo también mujeres estudiosas y maestras de estudios rabínicos, como Miriam Shapira Luria en la Italia del s. XIII y la ya mencionada Dulcie de Worms, que pronunciaba públicamente discursos en Shabat además de trabajar para mantener a su esposo e hijos.

Igualmente en la Edad Media (s. XI) las tres hijas de Rashi de Troyes, el gran comentarista bíblico, se dice que usaban filacterias para rezar, igual que los varones, y las tres nietas fueron afamadas autoridades en leyes dietéticas. Esta línea de estudiosos judíos terminó con la expulsión de los judíos de Francia.
Encontramos en otras diásporas europeas mujeres escritoras, impresoras, dedicadas a ciencias y a medicina, traductoras y poetisas. Nombres como Rebeca Tiktiner, María Hebrea, Bella Hurwitz, Lita de Regensburg o Eva Bacharach aparecen en la historia de diversas comunidades de Praga, Cracovia o Alemania desde el s. XVI al XVIII. Por su relevancia e influencia en diferentes aspectos me voy a detener en dos figuras interesantes: Doña Gracia Nasí (s. XVI) y Glückel de Hamelin (s. XVII).

Poder, dinero y fama, ésas eran las metas del hombre y eran parte del vocabulario masculino. Las mujeres que vivieron antes del s. XX difícilmente podían adquirirlas en nombre propio ¿o tal vez sí?Beatriz de Luna (conocida como Doña Gracia Nasí) perteneció a una familia portuguesa de marranos (cripotojudíos, judíos que habían sido obligados a convertirse al Cristianismo pero que profesaban el Judaísmo secretamente). Su familia poseía una gran fortuna y ella, nacida en 1510, se casó con Francisco Méndez, un banquero que actuaba como broker y comerciaba a gran escala de un país a otro. Tuvieron una hija, Reina, que era aún una niña cuando su padre murió.

La vida se iba haciendo cada vez más peligrosa para los marranos, la Inquisición les hacía objeto de sospechas, así es que a los veintiséis años, Beatriz tomó a su hija, la fortuna  que había heredado de su difunto marido y se marchó de Portugal. Con ellas llevó a su hermana y a Joao, el hijo de su hermano. Deambularon por varias ciudades italianas haciendo negocios y por fin se afincaron en Ferrara, donde las circunstancias les permitieron volver abiertamente al Judaísmo. Ella tomó el nombre de Gracia Nasí y Joao se convirtió en Yosef Nasí y se casó con su prima Reina. Yosef ayudó y representó a su suegra en múltiples negocios. Cuando llegaron posteriormente a Turquía el Sultán Selim II le nombró Duque de Naxos.

En el Imperio Otomano Gracia Nasí disfrutó de gran poder y opulencia, continuó los negocios e inició una serie de obras filantrópicas a favor de los judíos. Junto con su yerno, el Duque de Naxos, estableció una colonia judía en Tiberíades. Un documento fechado en 1566 dice que "una judía llamada Gracia se compromete a pagar una cuota anual de mil piezas de oro por el arriendo de Tiberíades, juntamente con varias aldeas que la rodean". Después de obtener los permisos necesarios de las autoridades turcas, don Yosef Nasí, en nombre de doña Gracia, se dirigió a las comunidades judías de otros países pidiendo artesanos judíos "para restablecer y restaurar el país", contratando barcos y alimentos en Venecia y Ancona para trasladar a los judíos a Tiberíades. Doña Gracia Nasí murió a los 55 años después de haber llevado a cabo negocios de gran envergadura y de haber patrocinado la cultura y las letras; obviamente  muchas de estas empresas se conocieron atribuidas a Yosef Nasí, pero las investigaciones y documentos muestran que fue ella el alma de todo, aunque por ser mujer tenía que ser "representada" por un varón.

La otra gran figura de los negocios,  Glückel de Hamelin, vivió unos años después, en el s. XVII. Junto con su marido se instaló en Hamburgo, es decir, cerca del centro comercial de los judíos portugueses, y allí se dedicaron al comercio de joyas de oro, diamantes y perlas. Le tocó vivir, aún una niña, las masacres de Chmelnitzki en Ucrania y el posterior movimiento  del pseudomesías Shabetai Zví. En 1691 Glückel quedó viuda y continuó con los negocios del marido. Después de su muerte (en 1724) fueron encontradas sus memorias, de gran interés tanto por sus vivencias íntimas y sus negocios y asuntos familiares como por el reflejo de la turbulenta sociedad en el período histórico en el que transcurrió su vida.

A partir del s. XIX, con la emancipación de los judíos (por la declaración de igualdad de derechos y deberes de todos los ciudadanos a raíz de la Revolución Francesa), la mujer judía consiguió también más derechos. No obstante, aunque muchas de ellas asistían a salones literarios de Berlín y soplaban los aires de la Ilustración en los países europeos y americanos, siempre subsistía el problema de tener que simultanear las tareas de madre y esposa con las de una incipiente profesionalización.

El mundo estaba cambiando, las mujeres comenzaron a usar sus talentos en la literatura, en el periodismo y en la organización de asociaciones femeninas, como Hannah G. Salomón, fundadora del Consejo Nacional de Mujeres Judías. En ese momento eran más libres las solteras y las que no tenían familia, pues se podían dedicar más al ámbito profesional.

Una primera ola del feminismo americano se organizó en 1848 directamente relacionado con las ideas de la abolición de la esclavitud. En este ambiente la mujer judía en América participó desde su propio marco cultural, pero el verdadero movimiento feminista judío data de los años 70 y 80 del s. XX y tiene sus raíces en el movimiento por los derechos civiles de los años 60. No obstante, a la vez que la mujer judía participa del desarrollo de los movimientos feministas de su entorno, también se ve afectada en su vida individual por la Ley judía y por la historia judía general. Las leyes del matrimonio y divorcio, control de natalidad etc., están siendo reexaminadas en los últimos años y es evidente que necesitan una nueva interpretación.

Un caso típico y decisivo en la cuestión de una futura interpretación de la Ley es para muchas mujeres judías la situación y el papel de la mujer según la reglamentación de la halajá (derecho talmúdico). En primer lugar una casada no puede pedir la separación en su matrimonio, sólo el hombre puede hacerlo. Una mujer casada sigue ligada a su marido incluso cuando éste ha desaparecido o la ha abandonado. Esta mujer se encuentra en estado de aguná. A veces y con ocasión de catástrofes un rabino puede dispensarlas de ese estado, como ocurrió con las mujeres cuyos maridos desaparecieron en el atentado de las Torres Gemelas, pero hay numerosos casos individuales en las que ellas se encuentran en una absoluta indefensión y sin posibilidad de rehacer su vida.

El patriarcalismo sigue funcionando (igual que en las tres grandes religiones, en realidad). También en el cristianismo (al menos en el católico) se observa una gran restricción de la participación activa de la mujer en el culto público: las católicas no pueden ser ordenadas "sacerdotes", a las judías no se les permite leer en público la Torá ni cuentan en el "quórum" necesario para la celebración de un acto público de culto. Han tenido lugar protestas, concentraciones y diferentes acciones al respecto, pero a la larga lo que se demuestra más eficaz es que teólogas judías han comenzado a elaborar críticamente la herencia patriarcal del judaísmo y a esbozar su propia teología judeo-feminista. Su representante más conocida es la americana Judith Plaskow, profesora en el Manhattan College de Nueva York, que en su obra Standing again at Sinai ha desarrollado una visión del judaísmo en perspectiva feminista: "¡También ellas se hallaban presentes en el momento de la Alianza de Dios con su pueblo en el Sinaí!", viene a decir en síntesis. Las judías no deberían permitir que se las excluyera de esa central experiencia del Judaísmo.Judith Plaskow , que a diferencia de otras feministas no rechaza la Ley sino que quiere trabajar desde ella, expresa su objetivo de una nueva comunidad que no necesite excluir a las mujeres del culto público o del estudio de la Torá, ni reducirlas a un puesto dentro de una familia patriarcal. Con sus palabras ponemos punto final a estas reflexiones, aunque en este sentido se sigue avanzando y se está aún lejos del objetivo ideal perseguido:

"El judaísmo puede habilitar a muchas mujeres como rabinas, enseñantes y guías de comunidad; puede ignorar o modificar determinadas leyes y hacer una serie de adaptaciones; puede vivir en medio de las contradicciones y tensiones existentes sin cambiar fundamentalmente su autocomprensión. Pero cuando las mujeres, con nuestra propia historia y espiritualidad, con nuestros puntos de vista y experiencias, exigimos igualdad en una comunidad dispuesta a dejarse transformar por nuestro ser diferentes […] entonces formulamos una exigencia de transformación radical. Entonces iniciamos la difícil tarea de crear una comunidad judía en la que no se jerarquice o simplemente setolere la diferencia, sino que se la respete. Entonces comenzamos a luchar realmente por la única igualdad verdadera".



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