El tiempo de los besos se acabó

No tengo brazos ni caballos ni musgos en las sienes
busco farmacias, ay de mí
yo tenía un hijo, ay de mí
lo vi empinar un papalote y tenía un poeta, dios mío,
y bebíamos vino y hacíamos silencio
y alguna vez dijimos “hay que huir”.
Partimos nueces en Moscú y vimos irse en las cáscaras la dicha.


La muerta

Teníamos en común algunas cosas: comíamos la sobra de los pájaros;
compartimos el vino y las almohadas;
escogimos el nombre de Nazim y el aire para poner las tumbas;
él no creía en dios porque ya lo había visto;
teníamos amuletos: las palabras;
ahora yo soy la muerta y él escribe estos versos.



Elena Tamargo
(De su poemario Días ya vacíos, Editorial Bluebird, 2011)


La Peregrina Magazine