Es verdaderamente gratificante contribuir a la felicidad de una persona, o de varias.  Esta mañana fuimos a recibir a la familia de mi amigo brasileño: su mujer y sus dos hijos.  Han sido cuatro años de mantener mi palabra por encima de todas las cosas, y el resultado fue presenciar el gran abrazo que se dieron todos.

No pude evitar las asociaciones.  Y también algunos recuerdos:  una cierta expresión de perplejidad, miedo y esa pregunta sin respuesta sobre el futuro que vi en el rostro de mi madre una fría mañana del mes de marzo de 1982.  El terror a lo desconocido, a las caprichosas vueltas de la suerte.  Mi propia sensación de percibirlo todo en un formato panorámico, como de cinemascope.  Y un sentido exacerbado de precisar en las cosas y en el mismo aire, una limpieza que me era desconocida.

No sé qué causas y consecuencias pesan más en la vida de un hombre.  Por experiencias ajenas, conozco la cicatriz de la miseria en la infancia.  Y cuán relacionada está esa marca en lo social y en el desarrollo personal.  En el caso de los cubanos  —aun en aquellos que no lo admitan porque así lo deseen o porque ni siquiera se hayan dado cuenta—  se añade el componente político.  En mi caso  —y quisiera verdaderamente no equivocarme al extenderlo a la mayoría—, también el componente ético y el afán constructivo o reconstructivo que nos haga mejores personas.  De cualquier forma, sé lo que nadie me tuvo que advertir ni enseñar por  haberlo respirado desde que nací en el seno confluyente de familias trashumantes: que emigrar es la última carta de la baraja.

Con ese naipe viajamos LOS PEREGRINOS.

Ante la desaparición accidental de los archivos de La Peregrina Magazine y de los míos propios, mi amiga Karin Aldrey, directora de la revista, me pide algo imposible: que recomponga las palabras que en su momento reuní para que sirvieran de presentación al propósito suyo, al que gozoso como un misterio me añadí prácticamente desde el principio de los tiempos marbellíes.  Me gustaba entonces que La Peregrina estuviera radicada en Marbella porque en realidad esa ciudad, aunque situada al sur de España, no radica en ningún territorio ni forma parte de frontera alguna, no porque contenga un crisol de nacionalidades sino porque se dispersa en sí misma y no pertenece a nadie.  Es amplia y abierta, provinciana y cosmopolita, sedentaria y nómada, como un peregrino.

Pero la vida de los andariegos es insospechable.  Los tiempos cambian, las personas también, y La Peregrina cambia de lugar pero permanece al lado del mar, y el mar es el mismo en todo el mundo.  Más tibio, más frío, pero igual en Miami o en Andalucía, o dondequiera que el destino lo mueva.

Como he sentido yo hoy la felicidad de haber sido útil, quisiéramos estos humildes y a veces desastrosos peregrinos llevar al lector el placer de la palabra en todas sus manifestaciones, de nuestras reflexiones y las que nos dejen y sugieran los comentarios de los que se nos acercan, y que nos ayudemos entre todos a reconstruirnos constantemente, no hacia una perfección peligrosa y dogmática, sino hacia una interna y profunda mejora de todos nuestros sentidos. 

Es la otra cara del naipe que LOS PEREGRINOS escondemos bajo la manga.


© 2008 David Lago González.