Siempre quise ser Lawrence de Arabia
Mis encuentros con la Interculturalidad
Ariel Schiller

I
Si a alguien le interesa mi biografía, y espero que a muy pocos, pero por lo menos en lo que hace a sus aspectos profesionales e intelectuales, esto espero que a unos cuantos más ya que toda experiencia es válida si no para el currículum sí para el diván del psicoanalista, vaya por delante que siempre quise ser Lawrence de Arabia.


Sin esta aclaración no podría asumir este artículo un poco autobiográfico (profesionalmente, claro), más aún después de agotar casi el toner de la impresora de mi PC en un extenso artículo teórico-práctico sobre el Sociodrama y sus aplicaciones tal como lo efectuamos en un Congreso Intercultural en Madrid hace apenas un mes.

No podría asumir una tarea así sin caer en la redundancia de no sentirme una especie de Lawrence incomprendido entre Ingleses y Beduinos que se lanza a una larga cabalgata hacia el horizonte y tras él una interminable tropa de jinetes en caballos y camellos, con ropas flotantes al viento, con alfanjes reverberando al sol, shabriyot y pistolas en las fajas, mosquetones transversalmente cruzados en las monturas mientras que desde las altas rocas mujeres de distintas tribus del desierto ululan con la lengua a la usanza oriental saludando el paso de la tropa expedicionaria.

Sus voces compiten con el viento.

-¡Alá u-Akbar! grito yo entonces y lanzo una bengala de colores para que su luz llegue hasta los más rezagados.

-¡Alá Il Rahim Rais Mubarak! (Que Alá Misericordioso bendiga a nuestro jefe), contestan ellos.

-¡Yaish Al Umma Al-Arabiya Mutajda! vuelvo la cabeza hacia ellos y los saludo con el reflejo de mi cimitarra ("Viva la gran Nación Árabe unificada") (a ver si se concientizan).

-¡¡ Al Aurans, Al Aurans!! gritan ellos, los muy borregos ¡Inta al Sheij, wa-najnu wajad! (Lawrence, Lawrence, tú eres nuestro jeque y nosotros somos uno").

Y se abren banderas verdes y banderas negras al viento, distintivos de cada tribu que yo logré unificar en un loco proyecto, se baten al viento versículos coránicos, tiros suenan al aire celebrando el inicio de la marcha, y mi kefiya y mi blanca abbaya con guardas doradas quedan cubiertas bajo un par de alas de buitre, que son las kefiyas y abbayas de los demás, de los que van detrás de mí, y toda esa masa humana se confunde en el galope en la tarde que se pone lenta en esos parajes del Sinaí, entre el Golfo Pérsico y el Mar Rojo, una península ancha y arenosa que llamó a gente del Hedjaz para llevarlos hasta Akaba, y si es posible hasta Jerusalén y Damasco.

Prometí a mi sedienta tropa que sus lanzas y sus alfanjes se mojarían en las nieves del Líbano y se lavarían en las fuentes de Bagdad y de Damasco. Por ahora estamos siguiendo el mismo itinerario que Moisés (Nebi Musa) pero pegados a las vías férreas que trazó el Turco.

Si alguien nos observara desde el aire, y en aquel tiempo de la I Guerra Mundial ya existían aeroplanos bimotores y cámaras fotográficas, tan sólo vería una gran nube de polvo atravesada por el fugaz brillo de algunas armas y mucho estiércol de camello.

Como también había prensa de la seria y de la otra y las noticias se mandaban por telégrafo, esto sería suficiente para que los grandes titulares rodaran en menos de tres días a las grandes capitales de Europa, y aun bajo la puerta de un ciudadano inglés madrugador que se levanta a empezar el día con la lectura del periódico y su tradicional té con leche.

Esto es lo que leería el pacífico ciudadano inglés:
"REBELIÓN en el DESIERTO: Miles de beduinos reunidos desde varias tribus del Hedjaz siguen a un inglés desconocido".

-"Casi desconocido -dice el ciudadano mojando su galleta en el té con leche- un tal T.E. Lawrence, y no es inglés sino irlandés, y es un hijo bastardo de Lord Chapman, que no quiso cederle el apellido. A Lord Chapman lo conocí en una carrera de caballos en Dublín. Dicen que este Lawrence hizo su doctorado en orientalística en Oxford, pero lo dudo, pues esta gente no se suele enrolar en el Ejército, o por lo menos obtienen puestos mejores... No sé... sobre él se dicen muchas cosas."

El titular de otro periódico comenta:
"UNA NUEVA NACIÓN EMERGE A LA HISTORIA"

-"Nonsense –dice el pacífico inglés frente a su segunda taza de té-, tonterías, otro asunto de salvajes. Hace sólo unos años tuvimos la Guerra de los Boers en Sudáfrica y unos años antes la rebelión de los Zulúes que se creían una monarquía como la nuestra ¿cómo terminó?... y lo de China y la rebelión de los Boxers ¿eso no fue nada? Mi padre aún lo recuerda.

Todo tonterías para vender más periódicos y pagarle el viaje a unos corresponsales aventureros... La verdadera guerra se libra en los campos de Europa... No apostaría dos chelines por el Imperio de los Zares de Rusia, ni por el Kaiser de Alemania... Algo va a cambiar y sucederá aquí cerca...La vieja Inglaterra perdurará por siempre, igual que nuestros reyes y nuestro Parlamento..." Y termina su segundo té con leche.
.
..Y a mí se me termina entonces la ensoñación consciente que yo mismo proyecté y me propuse; lo hago muy seguido en viajes largos, en momentos de oscuridad exterior impuesta donde no queda el recurso de la lectura, cuando pierdo el sueño en mitad de la noche o cuando entro en un sueño feliz y proyectado que siempre es mejor que las pesadillas que vienen solas, aunque también lo proyectos suelen terminar en pesadillas.

Ya estoy conmigo mismo, soy el que soy que no es poca cosa y tal vez sea lo más difícil, y en las primeras percepciones de la realidad "real" (una de las tantas realidades) se entremezclan aún jirones de la ensoñación proyectada, la cual nos hará en unos momentos, ya con la conciencia plena, entender mejor la realidad.

Pero como dije en un principio, dudo que mi biografía tenga algún interés para nadie, y que vaya por delante que siempre quise ser Lawrence de Arabia, es un sueño mío personal, tal vez el reclutamiento de un ayudante mágico personalizado del mundo de los arquetipos junguianos, pero ya vestido con pijama, o con chilaba y en zapatillas de andar por casa.

En cierto modo sólo os presento un sueño; hay chicos hoy día que sueñan con ser Harry Potter, y no está mal, porque hay niños que así recuperaron el poder de ensoñación y gracias a esto también recuperaron el poder de la lectura. No es poco, pues en las últimas décadas de experimentos pedagógicos y políticos (de gobernantes que querían ser más "progres" que sus antecesores) habían llegado a la Universidad auténticas remesas de analfabetos letrados. Lo malo es que salían casi igual que habían entrado pero con el rotulillo de alguna especialidad, lo cual era un cierto consuelo para el paro o la inadecuación laboral posterior.
Entonces ¡bien por Harry Potter! ¡bien por Lawrence de Arabia!

Pero compartir este sueño mío no os va a salir gratis, pues se trata de un sueño de interculturalidad, y para eso nos convocaron a todos, lectores y autores, y creo que es lo que nos interesa.

El precio a pagar es la descodificación del relato, algo que va desde la crítica textual, el psicoanálisis, la historia, la sociología y debería desembocar en la empatía con el otro, o con los otros, personajes tan reales como yo y que pueblan o poblaron hasta hace poco este planeta, cada vez más necesariamente intercultural.

Tendremos que hacerlo juntos, o yo, lentamente y en voz alta frente a vosotros y con vosotros, es preferible, pues no lancé una abstracción psicoanalítica de profundidades (Tieff Psichologye und Persendlicher Geist Bewegung) para complacer al Maestro Jung al que todos debemos tanto; he tocado conscientemente fibras muy sensibles para mí (hasta mis veinticinco años por lo menos eran relevantes) sólo para compartir con vosotros un verdadero relato intercultural que tiene bastante que ver con mi vida, o con la narrativa elaborada de mi vida.


II

A) Ante todo ¿por qué Lawrence de Arabia y no el Che Guevara, más acorde con mi edad y con la época que me tocó vivir?

Se trata de una adhesión a mitos primordiales y a arquetipos personales que marcan las diferencias de carácter, y lo único que no es un fenómeno de masas es la persona humana con sus características, sus mitos y sus sueños, aunque frecuentemente protagoniza y se ve implicado en fenómenos de masas. El fenómeno de masas lo crea esa dinámica especial y supracultural que es la masa, lo que el individuo "presta" y por un tiempo muy limitado es una pequeña parte de su propio YO, la más carente de respaldo colectivo y autoafirmación. Terminado el fenómeno, que también es de tiempo limitado, el YO vuelve a sus contradicciones, a sus miserias y a sus esperanzas más íntimas.
Fluye ahora el espacio energético de la Transculturalidad (Ken Wilbur).

Algún lector avisadillo, ciertamente más moderno y puesto al día que yo, me quiere "corregir los amores" y se ofrece a sacarme del "error". Así me dirá mi lector:

-"¿No sabes que tu héroe primordial, Lawrence de Arabia, era en realidad un agente del Imperio Británico, un espía arqueólogo y orientalista colocado por el Foreign Office para derrumbar al Imperio Turco y controlar los movimientos de los Árabes y el creciente poder Sionista en Palestina?
Entonces ¿Por qué no te gusta el Ché Guevara, que es mucho más nuestro y mucho más actual?"

La pregunta me hace pensar, pero no está bien formulada en su contexto, pues estamos hablando de mitos primordiales y arquetipos: el mercado capitalista, la publicidad y el Arte Pop de Andy Warhol me ganaron la partida. Llegaron antes que yo al mito Ché Guevara.
Por otra parte, en términos junguianos o por simple ética, nadie se debería meter con los mitos de nadie, sólo podemos intentar descodificarlos hasta donde se pueda y analizarlos.

Mi mesa de trabajo, en todos los países que habito (por ahora Granada y Jerusalén) siempre lleva por lo menos dos imágenes, a veces esculturas, a veces pisapapeles, pero ciertamente arquetipos necesarios para mí al comenzar una jornada de arduo trabajo intelectual, como el busto de Moisés.

Yo personalmente siempre me identifiqué con fundadores de países, de sociedades nuevas o de civilizaciones nuevas que crean una nueva forma de conciencia. Y esto también dura un tiempo limitado.   
¿Es eso fetichismo, una fijación infantil, una búsqueda de imagen paterna o un desmedido afán por la mitomanía?

Quizá haya un poco de cada cosa, pero yo me congratulo de que con la mayoría de edad soy cada vez más consciente de mis mitos primordiales y arquetipos que sirven de apoyatura para mi personalidad actuante.

Aparte, y como decían nuestras abuelas, sobre gustos no hay nada escrito. ¿Es que alguien se pondría a opinar sobre "el amor en sí" o la elección de una pareja que a ojos de los demás parece inadecuada? Aquí, con mucha sabiduría popular seguirían diciendo las abuelas: "Algo tendrá que nosotros no sabemos".
Pero con esto aún no hemos resuelto la interculturalidad, la del héroe escogido y la del autor con su propia narrativa. 

B) Con la frase "algo tendrá que nosotros no sabemos" (Abuelita dixit), tratamos de descodificar y entender la interculturalidad del héroe escogido (el porqué lo escogí quedó medianamente aclarado).
Ante todo es un héroe de la modernidad histórica: la de la soberanía, la autonomía del YO frente al poder y a la muchedumbre, la independencia política, los estados nacionales, la creación de una identidad colectiva a veces impuesta a tiros, porque sabe que estas identidades son funcionales y a corto plazo, y juntamente con eso la gran soledad como el núcleo duro y constante de la existencia humana (Erich Fromm, El miedo a la libertad y Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea).

Es un Héroe de la Modernidad tal como la entendemos desde la Historia y las Ciencias Sociales, en un medio absolutamente pre-moderno, lo cual es ya una muestra de honestidad, de valentía y de inadecuación temeraria (si no se explicaba bien podrían matarlo), y ya es un paso más allá que el fácil recurso de ideólogos postmodernos, deconstruccionistas y relativistas que no vacilan en unir su postmodernismo cínico y cansado a las formas más cerriles de la Premodernidad.

Lo único que rechazarán estos últimos son los desafíos de la Sociedad Moderna y de la Sociedad Abierta, que aún están lejos de haberse cumplido. Es una loca fuga hacia adelante que lo único que busca es el nirvana personal.
Asistimos hoy al "todo vale" (everything goes) que ya describía sabiamente Ernest Gellner en su metodología de la Historia.

Lawrence arriesga su vida para llevar algo de los valores aprendidos en la vieja Europa, en largas sentadas en las bibliotecas universitarias de Oxford, en atiborradas clases de grandes profesores y pensadores que probablemente atendieron al curioso y torturado jovencito irlandés, y no se descarta que desgranaran sus pensamientos y su filosofía frente a grandes pintas de cerveza negra en tabernas llenas de humo.

Debo aclarar históricamente que antes de la Primera Guerra Mundial hubo un renacimiento de la romántica y el orientalismo, a veces por fundamentalismo bíblico y otras por rechazo a las religiones establecidas, demasiado estatalizadas (especialmente los cultos protestantes), que se tradujo en significadas conversiones de figuras relevantes del pensamiento al Catolicismo y al Islam, en este último caso acompañado de prácticas sufíes.

Así y todo, nuestro T.E. Lawrence, fuera o no un agente secreto del Imperio Británico, es muy probable que hubiera estudiado a Hegel, Kant, Nietzsche y otros imponderables del pensamiento occidental, y los quisiera poner en práctica en esas latitudes.

Lawrence es un héroe que tiene dudas, interrogantes y zozobras, lo cual le humaniza a nuestros ojos y lo retira de la estructura mítica y cerrada del héroe clásico (Ungerbrochener Mitos.- Paul Tillich). El héroe clásico cumple un destino pero sabemos muy poco sobre su vida interior (el fatum de un héroe importa más que su psique).
Lawrence nos dejó muchas de las páginas más bellas y más profundas de la literatura bélica de principios de siglo en su libro Los siete pilares de la sabiduría. La prueba está en que el libro mereció la atención de George Bernard Shaw, Bertrand Rusell, mucha gente del Círculo de Bloomsbury, y aun en la lejana Buenos Aires de principios de siglo se crea el "Grupo Sur" de los ultraístas dedicado prácticamente a estudiar la obra y el pensamiento de Lawrence de Arabia.

Lo traducen y lo comentan jóvenes tan curiosos como Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo, Silvina Bullrich, Nora Lange y posteriormente Bioy Casares.

Pero Lawrence no es un misionero ni un cruzado, ni un benefactor paternalista y etnocéntrico. Es sin proponérselo un "portador de valores eternos" del "Occidente cristiano" mucho antes de que llegaran las tropas del Gral. Allenby tocando gaitas frente a los muros de Jerusalén. Al fin y al cabo es un agente secreto (tal vez), que es la mejor manera de ser agente en una relación de interculturalidad.; porque si alguien es "agente público" no es otra cosa que un misionero, un colonialista o un vendedor de hamburguesas globalizables, siempre y cuando la materia prima la pongan los nativos y las consuma alegremente la colonia mucho después.

Pero Lawrence llega a un principio al que ya habían llegado previamente los Místicos Judíos de la Protocábala (Gershom Shalom, Yosef Dan) y luego los Místicos Musulmanes, especialmente los sufíes. Quizá lo hizo por un proceso inconsciente, no creo que el Foreign Office lo hubiera capacitado para eso: Lawrence descubre la vivencia del Ypus (en Hebreo, de la palabra Efes: Cero), se trata de anular por un tiempo toda su personalidad, su Ego, sus características personales, su background cultural, y dejar que el desierto, su gente y su cultura entren en él barriendo como en una tormenta de arena todo lo que traía de antes. Experimenta un cambio de personalidad por un bautismo de "sangre y arena", nunca mejor dicho.

A partir de ahí ya no le cuesta nada invocar a Alá lo mismo que a Jesucristo, recordarle a los beduinos desarrapados que sus antecesores construyeron las maravillas del Generalife y la Mezquita de Córdoba, y no se queda atrás cuando participa en venganzas de sangre para aplacar a dos tribus rivales o provocar masacres a golpe de espadas y shabryot entre los Turcos que se retiraban dejando la tierra arrasada a su paso.
Si no lo hacía no sería uno de aquellos beduinos que él quería transformar en Nación de los Árabes (Kauma Al Arabi).

Como todos los héroes de la modernidad, le toca ser auténtico, arrepentirse, tener dudas y sufrir por lo que hace. No pasaría eso con los héroes de la antigüedad y la mitología, que cumplen ciegamente un fatum, un destino trazado por los dioses.

Lawrence funciona en una época en que ya se conoce a Nietzsche, y éste y su obra Así habló Zaratustra le involucran tanto como la Biblia y el Corán, pero en sus partes más agresivas.

Sus matanzas, efectuadas a mano y a cuchillo, son coreadas por cientos de beduinos que conocían eso como la ley del desierto: no se puede dejar prisioneros ni heridos en el campo. Una moral muy extraña a ojos y oídos occidentales y ciertamente de la prensa de su propio país, que en cambio considera lícito por motivos estratégicos hacer "bombardeos de ablande", ataques preventivos, ataques de intimidación, bloqueos, hambrunas de población, limpiezas étnicas en lugares cuya ubicación no conocen ni en el mapa.

Hay en Lawrence una cierta necrofilia y un regusto personal por la sangre y la muerte "gloriosa", repetidas menciones de la "Shaada" (el martirio) que aparece en muchos de sus sermones y discursos en dos de sus libros: El troquel y Los siete pilares de la sabiduría.

Aquí Lawrence es el héroe de sus propias fantasías y de sus propios resentimientos, obedece más a un puro instinto nietzschiano muy acorde con los hombres y con la región en la que vive y que pretende liberar, y evidentemente poco acorde con lo que él consideraba vínculos opresores del pasado europeo: el Ejército, la Iglesia, la Universidad, la moral victoriana y su propia marginalidad familiar.

Pero es también un héroe paradigmático de la Interculturalidad, que no es en absoluto mimetismo.
Es evidente que a pesar de esos momentos de "histeria de conversión" (y no son tan frecuentes, él mismo era un gran mitómano y exagera el número de batallas, de muertos y de voladuras de trenes) era, consciente o inconscientemente, portador de todos esos valores que decía rechazar. La prueba está en que todos esos sermones y discursos que decía en Árabe frente a su tropa, o alrededor de las fogatas en la jaima, o en largas noches de desierto, mientras el "finyan" de té dulce o café circula entre los guerreros asombrados por "Al-Anglisi" y "Sheij Al-Aurans", después los revierte y los traduce al Inglés, que es su lengua de origen, para abrir una brecha intercultural en su propia sociedad que recién bosteza y se desentumece de la larga etapa victoriana sin saber aún digerir por qué el mundo que le rodea está en guerra, por qué imperios tradicionales con entorchados y cascos con plumas se disgregan como azucarillos en el té y pueblos relegados de los que apenas se podía repetir sus nombres emergen en el mapa político de la postguerra y se constituyen en estados nacionales.

Sin proponérselo, Lawrence, que no es mas que un héroe de su propia fantasía y de sus propios fantasmas, está creando con sus libros de memorias y meditaciones una nueva escuela filosófica en Europa cuyos alcances llegan hasta Sudamérica. Si alguien muy lejanamente recogió el mensaje (y quizá ni sabía quién era el tal Lawrence) va a ser el Presidente Wilson de los Estados Unidos, pero por motivos muy distintos a los de la interculturalidad.

Dijimos que Lawrence tiene momentos de ruptura con su medio –con todos los medios que le toca vivir en cada momento-, momentos de arrepentimiento, momentos de angustia muy parecidos a los del Huerto de Getsemaní, antes de cada batalla decisiva, y sin duda, estuviere donde estuviere y con quien estuviere, una soledad opresiva y reflexiva que no le abandonaba nunca. De ahí sus grandes dotes histriónicas cuando está en sociedad, su afán por los "disfraces" (ropas regionales, otra prueba de interculturalidad) y su empeño en revivir y reinterpretar antiguos mitos que le sirvieran para sobrevivir a él y a su gente en esas condiciones.

Cuando se arrepiente, cuando se angustia, cuando se siente solo e incomprendido, cuando es consciente de su propia marginalidad aun en ese sitio inhóspito del Oriente Medio, hay destellos de "pensamiento occidental moderno" y claramente algo que va desde el núcleo duro de su personalidad, de su historia personal, y se trasunta en su actuación frente a los Otros.

Un elemento necesario en la interculturalidad es saberse Otro frente a Otros y en buscar puntos en común de entendimiento, mitos de supervivencia y espacios de convivencia.

El siglo XX (y ya empezamos mal el s. XXI) está harto de gente que decía NOSOTROS, asumía algún NOSOTROS sin que nadie se lo pidiera, y que en nombre de todos esos valores que Lawrence esbozaba en las soledades del Sinaí, mató mucha más población que Lawrence con sus combates y sus trenes volados. Pues a pesar de esas maneras tan toscas y violentas de fraguar un colectivo político inexistente hasta entonces y aun hoy sostenido con chinchetas (y petrodólares fundamentalmente) que era la Gran Nación Árabe (Umat al Kabir al Arabi), poner y quitar reyes y destruir imperios (hacia el fin de la Primera Guerra Mundial esto no era muy difícil), Lawrence se encuentra necesariamente solo, axiológica y ontológicamente solo, y en todos sus escritos, dibujos, y en sus andanzas busca al hombre solo entre la muchedumbre.

Hay una frase suya después de una victoria cuando está su tropa reunida (o casi reunida, que los beduinos no son húsares austrohúngaros): "Aunque fuera a la otra cara de la luna no podría encontrarme más solo". Revelador pero no acongojante.

El héroe de la interculturalidad es un héroe solitario, secreto, un agente realmente, que abre brechas de interrogante, de fusión, de entendimiento, de síntesis, y logra una "preñez feliz y mestiza".
Tiene conciencia de alteridad y de marginalidad. Si fuera un bien colocado y un instalado no podría ser portador inconsciente de valores de la sociedad que en cierto modo le vomitó de sí misma y lo llevó a ser héroe intercultural (el término es mío, no sé si existe alguna carrera para obtener ese título).

Un bien colocado, un bienamado por los poderes, aunque sea un genio y merezca esa colocación, no es portador inconsciente de valores porque no es un marginal; es un especialista en el discurso del poder que se generó en el centro. El centro (siempre de poder: social, cultural o económico) no es en absoluto cínico o malvado por ser centro, es lejanamente heredero de esos valores, pero su máximo valor hoy día es su propia supervivencia y estatus.

El héroe intercultural es siempre el OTRO (Alter) para la sociedad que le rodea y lo forma y para aquella otra en la que elige vivir y transformar. Es el extranjero sustancial.

Al ser un "OTRO eterno" no le cuesta mucho encontrarse con OTROS, automáticamente se vuelve "agente cultural" (¡bien dicho!¡agente secreto!), y de esa alteridad nace una síntesis enriquecedora y una transformación personal: el mestizaje.

Esto no tiene nada que ver con el mimetismo, que hoy también podría ser "chaquetismo" o "transfuguismo".
Para no cansar a los lectores con mi arquetipo personal, Lawrence de Arabia, les propongo como desafío interior que escoja cada cual el suyo personal y le aplique estas definiciones mías que no son taxativas sino vividas, tanto en el sueño como en la realidad, y verán como cada época produjo sus propios héroes de la interculturalidad que formaron culturas.

¿Qué tal Cristóbal Colón? ¿Qué tal Cervantes? ¿Cómo quedarían Hernán Cortés o Francisco Pizarro? ¿Y Santa Teresa de Jesús? ¿Francisco de Goya, vale? Estudiad sus biografías.
Y ya en la época moderna: Max Aub, Antonio Machado, Santiago Ramón y Cajal, Ortega y Gasset... ¿por qué no el P. Ellacurría a quien ningún miembro del stablishment autonómico PNV le otorgaría el "Premio Sabino Arana" al "más auténtico nacionalista vasco", ni la Compañía de Jesús propondría ni para Obispo, Doctor de la Iglesia o Santo? ¿Fueron su vida y su forma de morir totalmente inútiles o desechables?
Y ya una vez puestos: intentadlo con el Ché Guevara, rescatadlo de las camisetas y del arte pop y de los eslóganes oportunistas mediatizados e intentad incorporarlo a vuestros sueños, los no proyectados y los inconscientes. Ambos valen.

III

Hasta aquí mi explicación sobre mi "héroe primordial". Veamos ahora quién es el antihéroe intercultural.
En cierto modo es el perdedor en esta historia, aunque siempre aparenta ganar, tener sentido común (¿común con quién?) y estar bien colocado; es un ciudadano ejemplar y está en el centro de todas las decisiones, no las formuló él, por supuesto, pero por una razón de ósmosis social o procesos de socialización acelerados su discurrir es el discurso del poder y por su boca habla el consenso.

Es un ciudadano ejemplar que nunca sería periferia aunque su barrio tal vez lo sea con respecto a la City, pero eso no importa porque aún no llegaron paquistaníes ni indios ni jamaicanos. Este portavoz de los valores del "Occidente que se siente" es (ya lo habréis adivinado): el inglés del periódico y del té con leche mañanero.



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